Había perdido la lentilla del ojo derecho por una ola y no veía nada.
Había perdido la perspectiva. Creía que podía caminar erguida y sin embargo, iba de lado y tropezando, tenía que taparme un ojo para encontrar el rumbo y fijar la dirección al horizonte.
Y mientras, perdía los abrazos, los besos en el cuello, en la frente, en un brazo que duele recién vacunado…
Perdía los guiños, las confidencias, el desayuno en bragas cantando a voz en grito con una guitarra, las lágrimas compartidas en conversaciones sin máscaras sobre quienes dibujamos ser antes de llegar a la mesa, sobre una cena cocinada a dos y un delantal de volantes, los susurros, la risa, los mejores planes del mundo, siempre con vino o cerveza al lado, una peli mala sin parar de hablar, ay, la perspectiva…
Todo se pierde… por otro match, por otro no te enamores, por poner distancia a la amistad, por un cobarde “no quiero sentimientos” y así, los sentimientos se dejan ir y se pierden, por un segundo en una orilla y un abrazo que se fue entre las olas, quedando vacío…
Pero escucha, si lees esto, no te sientas mal por que nada se pierde si no que todo construye si fuiste verdad.
Te construye cada paso torpe hacia el atardecer dorado, hasta que seas capaz de abrir los dos ojos y mirar directa, plena y enorme y ver, sin duda, ni neblina, todo lo que acontece ante ti, con o sin lentilla.
La vida es un misterio para ser vivido y no un problema que resolver.
Esto lo dijo Gandhi.