Kyoto en tres días puede parecer una carrera a contra reloj y lo es, pero la ciudad es tan espectacular, que no querrás parar ni un segundo de saborearla. ¿Comenzamos?
Primero, el vídeo con mi aventura completa en la ciudad:
Viajar a Japón: Kyoto en tres días
Todo lo que fui descubriendo lo compartí en redes sociales en directo: Facebook, Twitter e Instagram, tanto en imágenes, como en los destacados en mi biografía @woman_word con lo más hip de la ciudad. Busca: Kioto
Ahora, no te pierdas los textos y los reportajes gráficos sobre la misma.
Desde que comencé mi aventura #ViajarNoTieneGénero pasé por diferentes destinos, con diferentes culturas y formas de vivir, desde la broma constate en Málaga, hasta el juego completo en Malasia, donde poder ser parte de un todo es una invitación constante de sus gentes, hasta Singapur, donde la armonía y la convivencia con la base.
Llegar a Japón, supuso un amplio choque cultural en el que la rigidez se imponía con ímpetu, marcando todas y cada una de las vías de expresión humana, reduciendo a tradiciones y convencionalismos que asfixian y ahogan a sus ciudadanos, cohibidos, sin poder brillar como individuos.
Como ya venia aleccionada desde Tokyo, comencé a formar parte de su cultura, a caminar despacio, a hablar en voz callada y cabeza cabizbaja, a reverenciar lo desconocido y a vivir con una potente fé que pide a los dioses grandeza. Viven con la mirada en un futuro que protege del presente. En sus oraciones: dinero, salud, viajes y amor. Monedas mágicas lanzadas con aliento en las entradas de los santuarios, tres reverencias, dos palmadas, tocar la campana, unir las manos en el pecho, cerrar los ojos, pedir tu deseo, volver a reverenciar y alejarte descalza disfrutando de la tranquilidad de la calma de la que embriaga la naturaleza que protege éstos lugares y a la que se deben sus oraciones, dioses y símbolos.
Llegada
Mi vuelo desde Tokyo a Kyoto fue cancelado por JAL (Japan Airlines), por una previsión de tifón que, bajo los cielos azules cargados de luz, nunca llego, a pesar de ello, mi vuelo, como otros 400 fue cancelado. Con su web colapsada y sus servicios imposibles, perdí el total del dinero de mi vuelo (200 euros) y además, tuve que comprar in extremis, para poder continuar mi aventura, un billete de tren por valor de 13080 yenes, sin necesidad de coger el tren bala.
Tras comprender que el precio de los billetes es radicalmente inferior al que te ofrecen en primera instancia, al que suman: Reserva de asiento (innecesario dado que hay vagones sin asientos asignados) y primera clase, ambas opciones innecesarias y muy caras, conseguí comprar mi tarjeta de salida de Tokyo desde la propia estación de Shibuya, con parada en Sina.
En Japón muy pocas personas hablan inglés, todos te van a decir que sí a todo, aunque no te estén entendiendo lo que necesites saber, por que en su cultura ser satisfactorio con los demás o al menos parecerlo, es más importante que la eficacia real de la sinceridad de decir: “No lo sé” y además, el pago con tarjeta está muy limitado y restringido, por lo que llevar yenes en cash es casi obligatorio y totalmente disfuncional teniendo en cuenta lo caro que es éste país.
En tan solo dos horas, dejando atrás las mascarillas con aroma, estaba en la ciudad, saliendo de la estación frente a la Kyoto Tower. Al llegar, google maps hizo de las suyas y orientarse resultó casi imposible para poder encontrar las paradas de autobús que conectan todo Kioto. El cambio de actitud en sus habitantes fue radical. En un momento, cuatro personas diferentes corrían por la intersección en la que me hallaba perdida con las maletas para localizar la parada que me llevaría a mi hotel: The Millennials Kyoto.
Una vez en el bus, una mujer cogió el dinero de mi mano y me cambió las monedas para poder pagar con exactitud en la máquina que se encuentra al lado del conductor. De motu propio, de nuevo, encontraba ayuda. Aquí, en los autobuses de la ciudad, entramos por detrás y pagamos al salir, por delante, el precio, siempre el mismo: 230 yenes.
Al llegar a mi hostel, mi Kyoto two days pass, perfecto para moverte por la ciudad en bus y metro, cortesía de Kyoto City Tourism Association, ya me estaba esperando. Mi llave para descubrir la ciudad y conectarla de manera rápida, eficaz y fresquita. En Japón en verano hace muchísimo calor y el aire acondicionado se agradece sobremanera.
En él, pude disfrutar de un precioso tube en una planta de sólo mujeres, cuidada, limpia y con productos de belleza de alta calidad, además de aire acondicionado en cada tube. Tuve la suerte de llegar en la free beer hour del hostel y conocer a mis diferentes compañeros de alojamiento. Viajeros venidos de todas partes del mundo (Corea, Alemania, Holanda, Estados Unidos, Japón, México…) con los que paseé por el centro de la ciudad, entre la intersección de Shijo con Kawaramachi y pasé la noche cenando ramen y bebiendo cerveza japonesa y por primera vez, cantando en un karaoke japonés.
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Día 1
A la mañana siguiente, tras explorar el centro de la ciudad por la noche, comencé mi aventura real: Conocer la ciudad desde su corazón más profundo.
Para ello, experimenté un desayuno típico japonés, de lujo, el Yuba porridge, en el área exclusiva de los reyes del Castillo Nijo-Jo, el Kou-un-tei, normalmente cerrado al público al tratarse de patrimonio de la UNESCO. El Castillo y la habitación de Toh-zamurai, considerado tesoro nacional, forma parte de la Villa Imperial de Ieyasu Tokugawa, quien la construyó a comienzos del Siglo XVII.
Para acceder al pabellón, los zapatos quedan fuera para no ensuciar el tatami. Debes quitártelos antes incluso de pisar la escalera que te lleva él, recuerda seguir estas normas sino quieres que alguien te regañe de manera rígida, tajante y fría, algo a lo que no estamos acostumbrados. De nuevo, la falta de flexibilidad para entender que no conozco sus costumbres y enseñármelas con cariño, se torna presente. Japón es mucho Japón.
Una vez asentada, con vistas a los hermosos jardines de palacio, debo esperar a que el metre, director de operaciones y orquesta, acabe su discurso sobre la historia del castillo y los platos que vamos a degustar para poder abrir la tapa de mi comida. Se debe esperar a que la persona de mayor edad de la mesa, beba té para poder servirte té. Así, todo toma muchísimo tiempo esperando que los modales impuestos sean llevados a cabo como una tradición obligatoria en la que nadie quiere parecer explícito: no tienes sed, no tienes hambre, no tienes prisa, ni calor, ni miedo, ni dicha, ni pasión, ni tenacidad, ni fuerza, ni tristeza… no puedes mostrar lo que ellos consideran debilidad. Para ellos, hablar, reír, comer… con libertad y de día, es una auténtica grosería y te juzgan por ello sin el menor prejuicio, sin darse cuenta de que esa falta de flexibilidad es falta de humanidad y por tanto, absolutamente descortés.
Trato de concentrarme en los manjares japoneses que se descubren ante mí. Bebo despacio el té verde, aquí demasiado sabroso y oxidado y pido agua, que sirven a cuenta gotas. Frente a mí, marisco, sushi, vegetales confitados, edamame, arroz, ajo negro, dulces especiales caramelizados, texturas diferentes sabores increíbles se abren ante mí y agradecida respiro el aroma de las flores que me rodean y escucho el rubor del agua que corre frente a mí.
Vivir rodeados de elementos naturales hace de Japón un lugar de introspección y calma constante, donde rezar, hasta en mitad de la calle, se torna algo absolutamente normalizado y habitual.
Un bus, un pincho de pollo frito del Seven Eleven, una Fanta de melón y un helado en brioche después, subí la dura cuesta de turistas al sol que se eleva cargada de puestos artesanales y de comida hasta la cima de Fushimi Inari.
Tras pasear por los 32.000 Toriis más famosos del mundo, donados por aquellos que querían honrar a Inari, la diosa de la montaña y tener éxito en sus negocios y con paciencia, conseguir la foto perfecta, nace el texto:
La tradición encuentra su espacio entre el ritmo de los horarios y el paso de los turistas que calman la prisa, bajo el sol de fuego lanzando monedas al santuario, tocando la campana, corriendo entre los selfies. Les miro divertida esperando el momento en el que bailar con los dioses de la naturaleza, dejando que colores nuevos inunden mi alma. “La mejor fortuna posible”, leyeron en el templo para mí. Fortuna que aparece cuando todo se acepta, al escuchar por dentro, las palabras susurra das, dejando que todo inunde.
Aquí, los zorros, que se comen a los ratones y protegen el maíz, son los símbolos protectores de éste santuario sintoísta, fundado en el 711, dedicado a los negocios. Ascendiendo por la montaña hasta su cima, diferentes santuarios nos acogen, cada uno con una tradición diferente, llama la atención en la que para conocer el futuro, tras reverenciar, lanzar nuestra moneda y pedir nuestro deseo, debemos coger una de las dos piedras que aparecen a cada lado, si la que cogemos nos resulta ligera, el deseo se cumplirá.
Volviendo al centro de la ciudad, voy a comer a un restaurante típico de ramen, donde el pedido se hace a través de una máquina expendedora y se recibe en una pequeña sala con mesas divididas con separadores donde una cortina de bambú será alzada haciendo aparecer tu comida. Recuerda, no la toques hasta que el camarero la bendiga y te dé su aprobación para empezar a comer.
En el centro de Kioto, paseo por Teramachi, Shinkyogoku y el mercado de Nishiki. Descubro que hay múltiples templos que merece la pena visitar hasta perder en el barrio de las geishas y la calma que aporta el río. Vamos a descubrir: el barrio del Pontocho, la magia del río Kamogawa y la calle del canal: Kiyamachi.
Gion. Detente en los pequeños comercios artesanos y descubre los kimonos y maikos, las incómodas zori, geta y okobo.
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Día 2
Llegar a Arashiyama, el bosque de bambús tras un bus local de 1 hora por, de nuevo, 230 yenes, es una experiencia impresionante. Se detiene el tiempo y el susurro del bosque mece el bambú, firme y flexible, cual sus pasos. Suena la campana del templo zen en la cima del monte y un cormorán saca del agua su presa. Sopla el viento entre las copas y los colores invocan calma y desapego. Viajo descubriendo culturas ajenas y lejanas, diferentes, acogedoras, estrictas, apasionadas, fervorosas y cargadas de respeto y normas de conducta marcadas por las horas del día. Aprendo de quienes aparecen y encuentro, sin fronteras, amor, paciencia y regocijo al compartir lo propio con quien, por un momento, forma parte de sus días.
Solo puedo estar agradecida.
Subo recorriendo la rivera del río hasta el templo zen (Fas Zen) que en su cima, regala la llamada a los dioses con 3 campanadas por persona y me siento a beber Asahi y comer pescado del río en un restaurante local, sentada sobre el tatami, mientras su dueño fuma mirando en lontananza.
Como un helado de matcha y pongo rumbo al pequeño Golden Temple, Kinkaku- Ji, para ver atardecer entre dorados que reflejan sobre el agua.
Para llegar a su corazón, los bambúes y jardines ordenados rodean un templo que contemplar desde la lejanía, brillando, pulcro y casi efímero.
Y queda un día más…
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Día 3
Comienza el día con un sol de justicia. Saco mi paraguas rojo tomate, ése que viaja en mi mochila desde el comienzo de mis viajes, ése que recorrió el Alto Atlas en convivencia con bereberes y abrigada bajo su sombra, comienzo mi último y exigente paseo por la ciudad.
De nuevo en el barrio de Gion, una tortuga centenaria con rasgos de prehistoria, viene a saludarme en el Tatsumi bridge. ASciendo por la montaña y sus santuarios enclavados en la naturaleza, entre casas de té. Encuentro unas vistas de muerte desde el elevado cementerio budista, donde las cenizas de las familias duermen juntas en Higashi Otani, me refresco en la fuente de dragón protector y me siento a meditar en un tatami con ventilador.
Paseando por las calles más turísticas, Higashiyama, especialmente por las instagrameables cuestas de Sannezaka y Ninezaka, entre selfies, llego al Santuario Heian. Mientras fuertes jóvenes japoneses llevan en carritos corriendo a turistas de dos en dos y un artesano pinta una sombrilla a mano sentado en el suelo, emerge entre bolitas de colores el Templo de los tres monos y una pareja se declara amor eterno celebrando su reciente matrimonio, en sus fotos de boda, vestidos con ropas tradicionales. Es curioso oobservar cómo cambian las ofrendas según el templo.
En Kiyomizu-dera Temple, la tradición, el color y la altura, conviven con diferentes tradiciones en las que encomendarse, entre ellas, las delicadas al amor. No te pierdas mi vídeo de youtube para conocer las más peligrosas.
Para. Respira y disfruta de la belleza del templo que con su enorme balcón de madera, sostenido por cientos de pilares, nos ofrece maravillosas vistas de la ciudad y la naturaleza de la zona. Termina sentada en el bosque comiendo los típicos y sorprendentemente cremosos helados de hielo.
Sonríe, agradece a las y los miles de turistas vestidas y vestidos de geishas y con ropas tradicionales japonesas, la alegría que aportan a cada templo y monumento, haciéndonos volver a una época lejana.
Como no podría ser de otra manera, mi visita a la ciudad termina en el desconocido templo de los viajeros, tras recorrer una ciudad real, alejada del centro, sin turismo en la que encuentro mercados locales, gasolineras con los surtidores en el techo, siempre para ahorrar espacio, escuelas locales sobre tatamis y en calcetines, tiendas de tatamis, pescado en salazón, tiendas de ropa de tallas pequeñas y talle corto… y en definitiva: La vida de un Japón real que se esconde de los ojos de los turistas, tímido, introspectivo y silencioso.
En Resumen: Lo que no te puedes perder
- Nijo-Jo Castle
- Pasear por el barrio del Pontocho
- Río Kamogawa
- Pabellón del Oro y de la Plata
- El camino de los filósofos
- Eikan-do Zenri-ji Temple
- Ryoan-ji
- Heian-jingu Shrine
- Chionin Temple
- Maruyama Park
- Gion (Barrio Geishas) – Gion Corner: Ceremonia del Té (gion es el barrio más turístico de Kioto)
- Higashiyama District
- Kiyomizu-Dera
- Nishiki Market
- Arashiyama
- Torre de Kioto
- Palacio Imperial (para el que se necesita reserva)
- Museo Internacional del Manga. En los alrededores nos encantaría ver la ciudad de Uji.
- Nara (a 1 hora en tren con el JR Pass): Todaji Temple; Fushimi Inari-Taisha
¿Quieres más?
Nota al Lector
He de añadir que, a pesar de la incompetencia de la compañia JAL en Japón, al llegar a España contacté al departamento de ésta en Madrid y aunque se negaron a abonarme el gasto total que supuso su cancelación, la cuantía de 23.000 yenes (vuelo cancelado + tren en sustitución), se han comprometido a abonarme el precio del vuelo, por valor de 9900 yenes en un plazo de 60 días. Veremos si lo cumplen.