¿Qué te parece viajar conmigo ésta vez por mi ciudad natal? Hoy te descubro cómo me relajo cuando vuelvo a casa, entre maletas, disfrutando siempre, como por primera vez, de mi propia casa. Hoy te presento Madrid y algunos planes curiosos y lugares dónde comer y sentarte a disfrutar de la vida siendo parte del tiempo, de la historia y del hedonismo pleno. Bienvenidos a….
Madrid, mi Madrid
Viajar viajo muchísimo, pero no hay mejor momento que ser viajante y trotamundos en tu propia ciudad. Madrid es mi hogar y mi base en el mundo, cada vez que regreso y tengo un par de días, compro mi bono de 10 viajes de metro y me dedico a recorrer la ciudad de arriba a abajo para no olvidar la esencia que esconden los lugares rutinarios, cargados siempre de detalles y de magia que los conforma especiales a pesar de ser el escenario de nuestros días. A veces, la costumbre nos ciega y por ello, me fuerzo a coger el bolso y salir a pasear y redescubrir mi Madrid.
Siempre comienzo mi visita desde la Plaza de la Independencia donde en Harina, como un desayuno rico, nutritivo y home made en su terraza blanca con vistas a la Puerta de Alcalá y el precioso parque del Retiro.
Después, serpenteando por Cibeles y el Paseo del Prado, comprando algún que otro libro antiguo que huele a historia en la Cuesta de Moyano, sigo bajando y me quedo anonadada oyendo las campanas del edificio que linda con el hotel Palace y me divierto viendo sus alegres muñequitos vestidos de época salir a saludar mientras anuncian la hora.
Partida de risa y tras mirar de reojo a los leones del Congreso, dejo a mi izquierda la iglesia de la Cienciología y callejeando en dirección a huertas, tomo el aperitivo en La Dolores, donde desde 1908 sirven las mejores cañas y las mejores tapas de anchoa del Cantábrico con tomate. Un must en toda regla.
Si sigo con gula tras repetir el menú, me tomo otra caña, esta vez con ración de ibérico en el precioso bar que aparece en mi camino acto seguido: Los Gatos.
Despacito, subo la cuesta de Huertas, tomo un vino en Matute mientras reconozco alguna cara familiar de la farándula española entre sus congregados y saludo a mi amigo Dani en La Fídula, local de conciertos donde mi padre también suele ir a cantar. Giro la esquina y me siento al lado de Lorca a mirar el precioso edificio que conforma el Teatro Español, para después sentarme junto a mi olivo centenario en el Jardín del Ángel, cerca de la plaza del Ángel y su café de jazz, el Central.
Esta pequeña ruta me divierte desde hace años y por eso me sorprendió encontrarla entre las páginas de los años ’40 de la moderna ‘La sonata del Silencio’.
Así subiendo y mirando hacia arriba, Madrid es una ciudad que se recorre mirando al cielo y sus sorprendentes tejados, frisos y decoraciones volantes, llego a la plaza de Jacinto Benavente, saludo al barrendero de bronce y me acerco a ver la cartelera en VSO de los ideal donde me gusta escaparme de vez en cuando alternando éstos cines de 1916 con la filmoteca en los Cines Doré, del ’12, sobre todo si acompañan las películas en blanco y negro con música de piano en directo. Cuando voy a los Doré siempre acabo comiendo sushi en el Mercado de Antón Martín, en el YokaLoka, siempre hasta arriba de comensales bebiendo Asahí.
Una vez aquí, tengo dos opciones:
La primera opción es bajar la calle hasta Sol para comer una palmera de chocolate en la Mallorquina, inaugurada en 1894 y para mí, la mejor palmera de chocolate del mundo. Siguiendo después mi paseo atravesando la plaza de Las Descalzas bordeando para sumar unas bolitas de bacalao en Casa Labra, donde se fundó el PSOE, en tiempos de reivindicación y dictadura, una tasca de madera, escondida tras las calles capitalistas del centro de la ciudad, a la espalda de sol.
Después, una vez aquí, me gusta huir de los turistas amontonados en Gran Vía y escaparme hasta malasaña, donde visito la Iglesia de San Antonio, de las más modernas que he visto: comedor para necesitados, cargador de móvil, agua para los perros… y después, me debato entre tomar un batido en la ventana del Vacaciones o en una de las mesas comunales de La Bicicleta, mientras observo qué negocios se han ido y cuales acaban de aparecer: tiendas de tartas, tatuajes, ropa vintage…
O mi segunda opción:
Sigo paseando por Tirso de Molina con parada obligatoria en El Imparcial y sus revistas internacionales callejeando después por Lavapiés oliendo los sabores del mundo en una sola calle, para seguir bajando hasta La Latina, frente al Mercado de la Cebada y sus actividades al aire libre, donde subo a la terraza de El Viajero a tomar un Ribera y ver Madrid desde lo alto.
Para atardecer…
He visto atardecer en diferentes geografías y siempre defenderé que el ocaso más bonito se encuentra en Madrid.
Si quieres una vista bonita del cielo y sus naranjas, encarámate a la barandilla del templo de Debod, de un lado los paisajes tornarán sus colores para que cuando la luz se agote y gires tus pasos, las impresionantes construcciones ya iluminadas, te sorprendan con su imponente figura.
Así es Madrid, ciudad de contrastes y belleza cotidiana.
Para cenar, sube el palacio real, atraviesa la plaza de la ópera, sube hasta la plaza del sol, crúzala divirtiéndote con sus espectáculos callejeros, los turistas, los timadores y los cupones que predican suerte, sigue andando y cómete una hamburguesa ecológica en el Bacoa, donde hasta los vasos y los cubiertos son realizados de maíz reciclado, te lo has ganado.
Para terminar el día, siempre bajo paseando hasta la plaza de Cibeles y subo hasta la Puerta de Alcalá, en la plaza de la Independencia, bajo el silencio extraño que mece la ciudad en la calma proveniente del parque del Retiro.
Ahí sentada, espero el autobús zarandeando los pies desde el asiento de la marquesina y con esta visión y el viento cálido de los primeros días de verano, me enamoro de nuevo de mi querida Madrid.
¿Quieres más?
Para disfutra de unos días de fiesta o un fin de semana especial, Madrid, la ciudad de los gatos,abre sus puertas y su historia a todo el que con ella, se atreva a pasear.
Ya nos fuimos de compras y tapas celebrando Un día de lo más in. Ahora, un paseo por Madrid en el que alzar la mirada al cielo desde donde las Diosas saludan.
Entre las múltiples opciones de ocio que propone la capital, el teatro brilla con luz propia. Puede comenzarse la tarde con una obra en inglés, circo o magia o terminar el día con una obra de teatro de crítica, humor o clásico a media tarde o un espectáculo burlesque.
Según la opción elegida, el día se articula. Pasear por la capital es un placer en sí mismo, la Gran Vía con sus edificios centerarios y sus nuevos inquilinos con sus looks y sus sueños a pie de calle. Los barrios y rincones que pueden encontrarse al salir de ella y caminando avispado por las calles que suben de sol o que nacen desde la Plaza Mayor bajando hasta Neptuno con las maravillas con las que sorprenden sus calles.
Sus tascas, como las literarias Cuevas de Sésamo en la Calle Príncipe, entre el Teatro Reina Victoria y el Teatro Español; o la política Casa Labra, abierta desde 1860, famosa no sólo por su bacalaito, sino por que entre sus muros se fundó el PSOE el 2 de mayo de 1879, como recuerda la placa que reina en el mítico local.
Y más chulería castiza a lo largo de la Calle Toledo, con tascas cuya inauguración marcó el comienzo de una época que se remonta al Siglo XI. Entre ellas, Los Gatos, donde es imprescindible probar su jamoncito ibérico y a lado, La Dolores, donde no se puede pasar sin pedir una caña, de esas que van marcando los tragos con su espuma y una tapa de anchoas. Impresionante.
Si te gusta la cerveza, en la Plaza de Santa Ana encontrarás Naturbier y sus artesanales procesos de fabricación entre alambiques y cebada.
Y para relajarse de forma total, qué mejor que bañarse en la historia de la Calle Atocha. En ella, se encuentra un antiguo hammam bajo sus cuevas en un aljibe construido en la antigua Almudaina, el barrio de la Almudena. Unos baños árabes que os transportan a Mayrit, el Madrid árabe con sabor a té, olor a incienso y rumor de agua.