‘Libre y Salvaje’ es el título del libro de Nacho Dean, viajero y caminante. Ya va por su cuarta edición bajo la editorial Zenith. En él, el escritor hace eco de su gran aventura: La vuelta al mundo a pie. Siendo el primer español en lograrlo sumando doce pares de zapatillas, 33 mil kilómetros, tres años, cuatro continentes y 31 países.
“Merécelo antes de desearlo”
“La vida es demasiado corta, habrá que hacerla más ancha”
“Creer saber algo es negar que las cosas pueden ser de mil maneras diferentes”
Conocí a una persona en un tren. Eran las siete de la mañana y el café parecía no haber hecho efecto. Con las gafas de sol sobre las ojeras, tomé asiento en un vagón lleno de historias y personas que han aprendido a vivir entre los mapas sin más seguridad que sus propios pasos.
Una de ellas, sentada frente a mí, eras tú. Tranquilo, con las manos sobre las piernas, los vaqueros ajustados, una sencilla camiseta blanca y esa calma que exhala de ti y conquista el terreno.
Calma que no se encuentra entre quienes perdieron de vista su rumbo y olvidaron la importancia del presente. Una calma que las ciudades marchita y la rutina destroza, la calma que determina a quienes un día decidieron vivir sus sueños y se encontraron a sí mismos en el camino, humildes, con todo por aprender. Esa calma tan tuya dada por los kilómetros, los momentos y las personas que te han llevado a ser quien eres.
Hablamos mientras los paisajes se difuminaban a ambos lados del vagón y el sol pintaba sus rayos en un cielo despejado. No sabía tu nombre ni las hazañas que lo acompañaban y sin etiquetas descubrí a alguien de humor fino, mirada que analiza y carcajada sincera. Alguien que no sabe usar las redes sociales, alguien que coloca las manos a la espalda cuando pasea, que reduce la prisa, que desata el reloj, que encuentra belleza en lo natural y que se expresa con palabras cuidadas tomando el tiempo para hilar sus frases y pensar.
Inventamos cuadros, robamos croquetas, pegamos la cara al cristal para intentar que los paisajes de plata de las altas montañas y los mares de nubes nos cupiesen en los ojos. Batallamos el leve sueño de la mañana y compartimos periódicos que aún luchan por encontrar la palabra exacta, esa que no excluya, esa que deje de dar miedo para generar posibilidad.
Supe de tu libro y de tu aventura y al día siguiente, en el centro de Madrid, compré ‘Libre y Salvaje’. Lo saqué con cuidado de la estantería, siempre demasiado alta para mis pies de puntillas y acaricié el azul de la portada. Lo abrí al azar como suelo hacer, encontrando la frase que me regala el universo y aspiré el aroma de sus páginas recicladas. Ya había terminado mi ceremonia cuando me reí en voz alta, al leer el título: ‘Libre y Salvaje’ y guturé un “grrrr…”. No había notado que, a mi lado, la librera me miraba entre sorprendida y encantada. “Es un buen amigo”, le dije aún riéndome, aunque acababa de conocerte.
Entre tus páginas encuentro detalles que describen cada historia, cada país a través de momentos cargados de humanidad. Se cuelan entre las palabras, pequeñitos y son la esencia de todo, como si brillaran entre el texto y sobresalen dejando un poso dulce que hace sonreír: Hablar con miradas, girar una esquina y ver el mar, la media luna, un beso, respirar, amanecer, una ciruela, confiar, vencer los prejuicios y ser sólo parte de un todo…
Historias que se cuentan sin fotos, sólo con sensaciones que acarician por dentro. Un día, viajero, las mochilas pesaban más que los sueños, te despojaste de todo y comenzaste a andar. Creaste tu propio camino y las letras aparecieron.
Cada relato que se escribe desde dentro tiene magia y transporta y me encuentro entre tus letras. El camino nos enseña y nos transforma. Descubro destinos sin prejuicios vividos desde terreno con la mirada limpia y a la vez, vuelvo a pensar, a recordar, lo que yo misma viví en destinos que tú también describes, como el sabor de México y su abrazo o Croacia, su guerra implacable y el amor de sus gentes, a pesar de todo…
Leo y descanso, me quedo un rato sentada sobre los capítulos acariciando sus letras, reviviendo mis propios pasos. Leo despacito, me paro, saboreo y vuelvo a las páginas. Creo que con el tiempo va cambiando en mí hasta la forma de leer. Cada vez tengo menos prisa para todo y muchas ganas. Cuando aprendemos a viajar solos, algo cambia y de repente, compartir es la clave que convierte el camino en hogar. Siempre he creído que el amor y la amistad son como las olas del mar, un camino paralelo que se recorre sin la necesidad de coger de la mano sino con las ganas de querer hacerlo y con la seguridad de ser viento en las alas y soporte a la espalda.
Encuentro un libro humilde cargado de fuerza. Es grandioso por que no habla de ti aunque pase por tu boca (mano), sino que habla de todos creando unidad. Reclamas humanidad y muestras, que tu viaje fue posible por que lo bueno siempre permanece. Ojalá un día sólo seamos sin fronteras, ni razas, ni género.
Saliste a caminar el mundo y sin embargo, inspiras y cambias perspectivas. Las personas son como los países, debemos descubrirlas sin saber quienes son, cargados de posibilidad carente de expectativa.
En tus pasos la carencia, la abundancia, la sonrisa, el gesto serio, el miedo, el esfuerzo constante, las ganas, la superación, el reto, el descanso, la acogida, la despedida, el abrazo en la distancia y el que sorprende en el camino se alternan dando paso a la vida real que palpita y se torna en presente.
Tus reflexiones entrelazadas entre el diario que describe tu periplo, las imagino escritas a lápiz en un cuaderno de solapas cosidas. Eres valiente por que saliste a vivir dejando lo confortable de lado, para encontrarte a ti mismo entre paralelos escondidos y lo compartes mostrando que la bondad siempre gana la batalla, a pesar de todo, a pesar de todo, siempre seremos niños.
Empecé a leer en un avión, con los oídos embotados y esa magia que aparece en mi pecho cada vez que vuelvo a mi camino. Vivo de viaje, ligera de equipaje y entre mis manos encontraba un relato de alguien que tomó la misma decisión que yo, casi a la vez en el tiempo y sin saber por qué, me siento en casa.
Amigo Ignacio. Te llamo amigo. Siempre he creído que la vida trae cosas a los días a medida que crecemos y cambiamos. Escribo esta nota volando sobre las nubes que pintan motas blanquitas sobre el océano azul. “Cuando en vuelo regular, surge el cielo de Madrid…”, tarareando. Te leo despacito y me paro a saborear las ideas que dejan poso tras las palabras. Me sorprendo encontrándome a mí misma entre letras descritas por mano ajena con frases que también he escrito yo. Aprendí a vivir de viaje, aprendo cada día a hacerlo como filosofía y forma de vida, a llegar, a dejar atrás, a seguir andando, a observar, a ser parte, a adaptarme, a permitir que todo sea, hasta lo que molesta, lo que nos asusta, lo que es diferente, lo que nos enfrenta a nosotros mismos…
Aprendemos andando a dejarnos ser, a cantar con voz propia, a dejarnos ayudar, a perder, a ganar, a ser sin caretas, con cuatro pies en la tierra y los ojos en el corazón y a seguir andando encontrando a cada paso el siguiente. Amor cuál clave, esencia, máxima, que hila y deshila, que define y sana. Respiro entre unas páginas que me recuerdan las mías y me enfrentan a aprendizajes casi olvidados por las escasas rutinas que pintan mis días.
Amigo, te llamo amigo, con tus palabras sencillas y tus experiencias enormes, iluminas e inspiras. Llenas de calma y me recuerdas que la lluvia no es más que agua.
Voy a tardar una vida entera en terminar la historia, sin terminar de hacerlo, queriendo ser y siendo, por siempre, ‘libre y salvaje’.
Sólo hay una forma de vivir y esa es estar siempre agradecida.
GRACIAS.
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