Mallorca: Serra de la Tramuntana

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Mallorca: Serra de la Tramuntana

Lo primero que hice nada más aterrizar en Palma de Mallorca, fue conducir recorriendo la Serra de la Tramuntana para limpiar unos pulmones demasiado cansados de la fatiga de la ciudad.

Parar el tiempo resulta sencillo entre sus pequeños pueblos, alegres, encaramados a la montaña. Llegar a ellos no es tarea sencilla, pero sí reconfortante. Serpentear con su carretera, respirando el olor del mediterráneo: pinos, madroños, higueras, naranjos, limoneros…

De fondo el horizonte azul del mar y como compañeros en la estrecha carretera, docenas de ciclistas.

El otoño es su momento perfecto. Tras la temporada alta de turistas y playeo, los deportistas toman la isla: ciclismo, rutas de trekking, senderismo, escalada…

A ambos lados de la entrada al pueblo, puestos de voluntarios agasajan a los valientes con fruta y bebida.

Desayunar en Sóller en sábado, día de mercado, es toda una experiencia gastronómica: butifarra, sobrasada, pan amb oli, dulces artesanos, fruta de la época y de la zona, quesos, cecina, jamón, helados artesanos, aceitunas, olivas y hasta algas de mar en vinagre típicas de la isla.

Sus callecitas doradas crecen alrededor de la Catedral y su fachada artística realizada por uno de los alumnos de Gaudí.

El Banco Central, al lado de la misma, data del siglo XIX y luce un magnífico balcón a lo Romeo y Julieta.

Una ciudad con vistas  y detalles en los que pararse a contemplar, como los tranvías centenarios que surcan la ciudad desde su estación homenaje a Miró hasta el Puerto.

Carretera de por medio, la siguiente parada es Deyá. Este singular pueblo se encarama a la montaña y en la tranquilidad de sus calles empinadas, entre sus vírgenes y santos a las puertas de las casas de piedra de la zona, al olor de las chimeneas y las higueras, se respira paz y se dibuja el océano en lejanía tras el barranco.

La vida en la montaña, los restaurantes de buenos vinos y terrazas de vistas incomparables junto a la pequeña tienda de ultramarinos en la que todo lo que se necesite se puede encontrar.

Perfecto para comer, el arroz bruc de Valldemossa. En este romántico pueblo, donde las escaleras de piedra, la misma de la construcción, rodean las puertas subiendo hasta la planta de arriba y los caminos, todos peatonales y plagados de jardines, recorren su cartuja.

Así, entre la piedra, la montaña y la vegetación autóctona, las celdas de la cartuja reclaman silencio por dentro, mientras por fuera claman vida en sus jardines de cara a la montaña y al pueblo.

Un edén privado en el que Chopin y su compañera, obligada a firmar con nombre de varón, Geroge Sand, vinieron a descansar y componer durante tres meses de invierno, en 1839.

La número 4, la del piano y el edén secreto, fue la suya.  No sólo el célebre músico se vio acompañado por las musas en su estancia, sino que Sand, escribió su libro: Un invierno en Mallorca.

Llama la atención como las gentes del pueblo supieron sacar partido de tan propicia visita. Sólo tres meses, un invierno y años de rentabilidad y visitas.

Parece impepinable continuar una ruta que se sabe rica y especial. Siguiendo la carretera, los acantilados, Andratx, Banyalbufar  y sus aguas turquesa hasta pasar el pueblo de Estellencs, para bajar a su cala, donde las novias del pueblo hacen sus fotografías de boda, por el pequeño camí des port.

Como final del viaje, la puesta de sol en buena compañía, desde una de sus terrazas, con un plato de olivas y una cervecita bien fría.

@WOMAN_WORD #WOMANWORDenMallorca

Serra de la Tramuntana. Fotografía de/ por © Rocío Pastor Eugenio. ® WOMANWORD

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