Cuando vi La vida de Pi por primera vez, no podría creer que la magia de la luz en el agua fuese real.
Cuando me invitaron a descubrir Puerto Rico, no imaginaba que viviría esa experiencia en carne propia.
Si vienes de pasar un día precioso en Playa Culebra, como os contaba en los reportajes y vídeos anteriores, el final perfecto es continuar el vaivén del agua bajo la nocturnidad de la baía luminiscente.
Esta maravilla, sólo puede encontrarse en cinco lugares en el mundo altamente protegidos ya que es un fenómeno que tiende a desaparecer por el calentamiento global y la contaminación del agua. Para mi buena fortuna, tres de ellos están en Puerto Rico. La Laguna Grande en Fajardo, donde me encuentro y también en Mosquito Bay, en Vieques y en Lajas, en el área La Parguera.
Al llegar a la orilla, un grupo de monitores nos esperaban chalecos en mano y uno a uno nos fueron subiendo en canoas con las que, al anochecer, llegaríamos remando desde el mar a la Laguna.
Así pues, me até un chaleco salvavidas y me subí en uno de los kayaks intentando no volcar en el oleaje de la orilla.
Comenzar a remar era bien difícil contra corriente e intentando imaginar un camino no marcado en plena oscuridad. A lo lejos, los gritos de los guías intentaban enseñarnos un camino invisible entre el espeso negro que se abría ante nosotros.
Al conseguir encontrar el camino de agua que nos adentraba en el manglar en dirección a la laguna, nos sorprendió ver el estrecho canal rodeado de árboles de afiladas ramas blancas que entretejían redes en las que quedar atrapado si la canoa viraba un poco más a izquierda o derecha bajo la fuerte corriente en contra.
Adentrándome en un manglar cuya oscuridad no me dejaba ver mis propios pies, sin ver nada delante ni nada hacia detrás, sintiéndome sola, sin un guía al que preguntar el camino ni el sonido de otros kayacs cerca de mí, no dejar que el pánico se apoderase de mi era mi principal atención, así que seguí remando y remando hacia lo que por pura intuición consideré que era hacia delante.
En un momento, la corriente me empujó al margen izquierdo del río y en este momento noté como al atascarme entre las ramas, la oscuridad y el silencio me rodeaban en total soledad.
Cuando logré zafarme de las garras de los árboles y el sonido de las enormes iguanas lanzándose al agua desde las ramas sobre mi cabeza comenzó a tornarse natural para mí, una luz cegadora apareció frente a mi cara obligándome a cubrirme con el brazo. Una embarcación mayor y a motor había aparecido de la nada, de repente ponía en marcha el motor y la luz para encontrar el camino y en ataque fortuito lo que encontró varado en medio, fue a mí.
Redirigió mi morro y me indicó en tranquilo caribeño que siguiese remando, que mi grupo ya me esperaba en la laguna. Así pues, en total oscuridad y acompañada por sonidos que no veía y no sabía identificar más allá de los alegres coquís, seguí remando y remando intentando no torcerme por la fuerza de agua.
Fue entonces cuando frente a mí, un claro se abría indicándome el camino. Remé y remé con más fuerza hasta lograr dejar atrás la oscuridad y las ramas de los árboles, entonces, sólo entonces, la luz me cubrió por completo. Ante mí, la laguna grande se abría espléndida, fácil, amigable, tranquila, serena. En el cielo, un mar de estrellas me cubría llenado una noche sin luna de la luz de pequeñas cabezas de cerilla iluminadas, tantas que cubrían mis habituales osa mayor y menor, rodeándolas en masa y más allá, en este esplendor, una vía láctea perfecta me hacía girar la cabeza en derredor.
Por un momento, mientras despacio avanzaba anonadada por tanta belleza, soñé que el fulgor del cielo era tal que iluminaba el negro agua por el que me movía con mi kayac, presté atención al movimiento y al bajar la cabeza hacia mi remo vi que cuando movía este para seguir avanzando, el agua se iluminaba en puntos de estrellas por doquier, metí la mano en el agua y la luz abrazaba mis dedos en movimiento.
Había llegado, era parte de la luminiscencia.
El plancton que aquí habita, se encuentra protegido y el baño en estas aguas prohibido ya que la grasa de nuestra piel les hace morir. Estos microorganismos, dinoflagidos, viven juntos en el agua formando familias de 750000 microorganismo por cada galón de agua. Así, como protección ante su diminuto tamaño, cuando un pez amenaza su vida, ellos detectan el movimiento y brillan para iluminarle y que un pez mayor le encuentre y le devora. Así, cuando el agua se mueve, ellos brillan y el sueño se hace magia en la bahía luminiscente, aquí en Las Croabas, en Fajardo.
Cuando termina la entonación, toca volver al manglar para llegar a la playa y dar por concluida la aventura. Remando en la laguna una casi llega a olvidarse de lo que ahora le toca vivir.
Agarro el remo y me enfrento a las voces de los guías que rápidos nos adelantan diciendo que no rememos fuerte ya que esta vez, la fuerte corriente nos arrastrará y un falso movimiento nos dejará enredados en las ramas, atrapados en la total oscuridad.
Ellos abren paso y se marchan dejándonos atrás. Los kayacs se alborotan y chocan unos con otros haciéndose girar, presurosos por partir sin respetar el orden ni el espacio. Como gallinas sin cabeza, chocan, giran, viran y vuelven a chocar. Veo este espectáculo fastuoso sintiendo pena por el ser humano y su poca capacidad de convivencia y sobrevivencia grupal. En su lucha por no ser ellos los que quedaran perdidos, todos ellos formaban una marabunta de caos. Nada aprendieron del plancton que lucha unido brillando en la espesura.
Decidí esperar con la pala tornada como me habían enseñado una hora antes. Cuando todos habían desaparecido de mis ojos, decidí adentrarme, de nuevo en la oscuridad.
Remé despacio, intentando no quedar enganchada en las bajas ramas ni en el estrecho canal. No oía nada, no veía nada, no sabía el camino, estaba sola.
Decidí confiar en el caudal de agua y me dejé arrastrar remando simplemente para mantenerme en el centro y no para avanzar, al poco, estaba en la playa y aunque las olas me arrastraron dejándome encalada en la arena, ya veía de nuevo la luz.
Al acabar, bajé del kayac tan extenuada como sobrecogida. Me quité el chaleco y conservé la sonrisa en mi cara. Me dirigí al baño público del condado, en el mismo parque en el que diferentes casetas venden comida y los vecinos se reúnen a escuchar la radio y jugar al dominó. En una vieja radio de madera de los años ’50 que pertenece al encargado de los baños, suenan las últimas noticias del Presidente Trump y después, los acordes de la canción que llevo cantando durante todo el viaje, me arranco a cantarla y varias mujeres de la fila, entonan las frases conmigo mirándome divertidas.
Me lavé la cara y me miré en el espejo.
Acababa de ser testigo de un regalo de la naturaleza al que poco tiempo le queda de seguir brillando entre nosotros.
La codicia y la falta de conciencia y respeto del ser humano les hará desaparecer, pero hasta entonces, he tenido la suerte de brillar a su lado bajo las estrellas del mar Caribe.
Y doy gracias. Gracias por haberlo vivido.
¿Quieres ver el vídeo en el que aúno mi hotelazo en el Yunque, el kayak en la bahía y el paddle en la laguna? Vente a Youtube.
Más Info
Y para que veáis la oscuridad… Ésta es la foto de la aventura.

WOMANWORD haciendo Kayak en la bahía luminiscente
2 comentarios
Jo que miedo Womanword!!! Supongo que el final merece la pena , no me parece bien la actitud de los guias,de dejaros solos,uno de ellos podia haberse quedado el último, el pánico de la gente no se puede predecir, bueno todo quedó en un susto.Gracias por tu información Y cuidate mucho.
Desde luego!!! Llegar a la laguna es impresionante, una imagen que no se olvida <3