Cada vez que regreso a Madrid entre viajes, hago una parda obligatoria que me permite relajarme sin tecnología entre las manos. Sólo la escena, mi mirada y el poder de una obra de teatro.
Así que paro, tomo un vino en la Plaza de Santa Ana y tras recoger mi entrada, entro en ese conocido patio de butacas y le doy las gracias por recibirme una vez más, en estos seis años en los que éste teatro lleva creyendo en mis letras.
Sentada bajo el aire acondicionado, sobre la tapicería burdeos, un escenario en blanco y negro, la gente tomando asiento e Iván y los perros esperando a ser representada.
Ayer tuve la suerte de poder disfrutar del texto de Hattie Naylor sobre la historia de una Rusia que duele a los oídos y dolió y duele a los ojos de un Occidente adormecido.
“Cuando llegó el hambre había que deshacerse de lo aquello que consumiese agua y bebida, primero fueron los perros, luego los niños”.
Nacho Sánchez coge el texto con garra y lo ladra desde la cercanía hasta la fuerza que muerde. Su cuerpo cuenta una historia diferente, primero convertido en niño, después transformando su cuerpo, sus gestos, su mirada, no en la de un adulto, sino en la de un perro, para después, de forma paulatina, jugando en los silencios y dándose tiempo en las respiraciones, volver a ser un niño viviendo una realidad que sobrepasa.
Hoy es el último día que está en cartel, así que intenta regalarte una tarde en el teatro, ¡tiene aire acondicionado!
Y como siempre me quedo con ganas de más, el miércoles no me pierdo el estreno de María Pagés en el Teatro Español. Un nuevo espectáculo, nueva sintonía, nuevas pisadas con fuerza, telón, punta y ella, entre los juegos de luz, desplegando las alas que conforman sus brazos.
Óyeme con los ojos, comienza con un solo, sin música, sin tacones, sólo la luz que emana y sus brazos. Los de ella, los de la auténtica María en esa esencia que la define.
Ese, sin duda, es el momento culmine del espectáculo, acompañado de la fuerza del discurso en palabras que entonan a Goytisolo, en Palabras para Julia.
El cierre nos recuerda a su Utopía en demasiada proximidad y entre tanto, relleno de quienes la acompañan, a las palmas, instrumentos que vibran y voces que rasgan.
Pero ese comienzo… ese comienzo… por ese comienzo la oiría con los ojos eternamente: Sólo ella, ella y la pasión que arrastra el movimiento y lo convierte en pausa y en agua, agua que fluye, que inunda, que atrapa, que es vida y transforma en vida.