Descubre Extremadura: Hervás, Pueblo y Naturaleza

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Recorrer la ciudad despacio, a pie, sin reloj, sin mapa, sólo dejándose llevar por la belleza de éste pueblo en el corazón del valle. Hervás, su naturaleza y la sonrisa de sus gentes es la mejor bienvenida.

  • “¡Escucha!, niña, ¿dónde vas?”

Me río, me giro y veo a un señor mayor, con una amplia sonrisa que se acerca apoyado en su bastón y me saluda. Le cuento mi viaje, mi ruta y mi siguiente para recorriendo el pueblo y conociendo a quienes en él habitan entre este vergel natural sobre el que se han asentado sus casitas blancas.

Ríe, asiente y me acompaña hasta el restaurante donde voy a comer hoy, mientras me dice que es “muy bueno, muy bueno” y me invita a tomar un café y tocar el piano en su casa, la tercera a la derecha al girar la calle de atrás, la de los balcones con flores.

Después de mi comida, Carlos y Carlos, me acompañan recorriendo el pueblo y descubriendo sus diferentes culturas afincadas en una misma tierra. La judería, donde los paisanos se sientan en las escaleras de la calle y en sus sillitas de playa a ver pasar a la gente y tomar “la fresca”, el arte insertado en la ciudad con sus comercios de artesanía y sus obras de arte regalo al pueblo.

Una abuela, con la puerta de su casa abierta por arriba y cerrada por abajo, como veíamos en Cáceres, limpia ajos sentada en una silla de madera. Hace sus conservas y las vende al mejor precio. No es extraño en el camino, encontrar carteles de venta de aceite, olivas y embutido casero.

La gastronomía en este paraje es tan rica como su naturaleza.

Más allá oigo el rumor del río, en cuya rivera, cada verano se representan obras de teatro. Baja feliz y se pierde allá abajo entre las copas de los árboles, brillando bajo la luz del plácido sol que baña la tierra.

Callejeamos acompañados por un perro simpático, se llama Hippy, olemos los geranios en flor, observamos la calidez de las diferentes casitas, las decoraciones y sus balcones, perseguimos una manita saltarina y subimos hasta el campanario para ver la tierra a nuestros pies y el inmenso Valle del Ambroz.

Cuando termino mi paseo, me ducho y salgo a cenar en La Hospedería del Ambroz, con una chef espectacular.

Después paseo con mis amigos multiaventuras que me entretienen con vino de la tierra e historias con formas de papel sobre princesas y hazañas. Me duermo sonriendo y mirando al cielo. En Cáceres, tierra de mi familia paterna, en éste Hervás, una noche de verano hace muchos años, vi por primera vez, con un telescopio en una mano y jamón cortado como si fuese un filete de solomillo en la otra, las estrellas.

Al despertad, de nuevo relajada y tranquila, desayuno en el precioso jardín del CR Jardín del Convento, polen, membrillo, guindas recién recogidas del árbol, mermelada casera y bizcocho recién horneado.

¿Hay mejor vida que el slow life?

He conocido un pueblo de perros cariñosos, personas amables, balcones con flores, ríos risueños, callecitas estrechas abrazadas por la Sierra poblada de castaños.

He conocido gente preciosa que me llama por mi nombre de pila y acompaña mis paseos.

He comido con la intrépida chef del Almirez y estoy cenando con Marta Monroy en la hospedería del convento, chef que ha luchado contra la discriminación y hace el brownie de chocolate blanco perfecto.

Extremadura, sus gentes, sus miradas en derredor y su naturaleza pura, me hacen feliz.

Gracias, Cáceres.

WOMANWORD in Hervás

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