Vlog: Un día en Córdoba

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Córdoba en una mañana es posible:

Decido bajar a tomar un café con mis raíces. La tierra de mis antepasadas por parte de madre, la ciudad monumental, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, desde 1994, la ciudad donde convivieron culturas diversas: musulmana, judía y cristiana. Ciudad con restos romanos e historia en cada piedra: Córdoba.

Recorro la ciudad y entrevisto a mi querida Tía Antonia, que acaba de cumplir 100 años, ahí es ná. Tras charlar con ella y comerme sus riquísimas albóndigas al vino blanco que sigue cocinando ella misma, bajo paseando al sol atemporal de esta ciudad reducto de España hasta el Puente Romano, reforzado con el Museo vivo de Al- Ándalus a un frente y la Plaza del Triunfo y sus construcciones mudéjares, medievales y coloridas al otro. Rodeado por los molinos de agua y con vistas al río Guadalquivir.

Con las desnudas pinturas de Julio Romero de Torres, el cante de una guitarra y el fluir del agua, me deslizo entre turistas calle arriba y calle abajo entre este estrecho y sinuoso mapa que crece en derredor como si bailara.

Me cuelo en uno de esos patios que compiten por ver quienes tienen las flores más bellas y el oasis de paz más perfecto. Encuentro uvas secando al sol, naranjos que huelen a azahar y vivo la convivencia intramuros de culturas, como en la plaza del Hospital del obispo y su monumento a un oculista musulmán, muy cerca de la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba.

Sigo andurreando pasando la mano por sus blancas fachadas, entrando y saliendo de los muros, perdiéndome entre sus calles, cerrando los ojos al rumor del agua que hipnotiza esta ciudad.

Descubrir la pequeña capilla mudéjar de San Bartolomé entre sus entramados de calles y arcos y seguir andando, sin rumbo, sólo disfrutando de cada pisada en una ciudad que respira vida.

La mezquita de Córdoba sus jardines, palmeras y amplias arcadas entre las que pasear en silencio. Llegar a través del zoco a la sinagoga y sus altos techos de mármol blanco y puro, con tu techo en madera cálida, construida en 1315 y siendo la única conservada tras la expulsión de los judíos.

Enfrente, la casa Sefarad en la Calle Judíos esquina con la calle Averroes, con su corrala y su homenaje a las mujeres de Córdoba, instruidas, leídas, poetisas, profesoras y su muestra de cómo las culturas compartían símbolos de protección y buena suerte como es la mano de Fátima.

Siguiendo la calle, la casa andalusí y más abajo la bodega Guzmán, donde degustar un vino, pequeñas plazas con cafeterías y restaurantes y la salida de la muralla por la Puerta de Almodóvar hasta la fuente- canal que nos conduce al Alcázar en monumento al hermanamiento de las ciudades de Córdoba y Túnez.

Visita obligada al Hotel de la Judería de Córdoba y su casa de las pavas.

Tres culturas pasando de la judería a los baños del alcázar califal del Siglo X, construidos durante el califato, residencia de emires, centro político y de relax con final perfecto en su jardín andalusí, entre naranjos y plantas aromáticas, típicas de la cultura en el Al-Ándalus dentro del alcázar Omeya hasta la conquista de la ciudad por parte de Fernando III, El Santo, le llamaban, en 1236. Los baños eran tan extensos que ocupaban la mayor parte del subsuelo de los campos de los mártires, como se conoce a esta parte de la ciudad.

Tras otra lección de historia, encontramos carteles al baile de caballo, oda a esta cultura de cría pura sangre, los mejores caballos del mundo, los andaluces. Cruzamos la calle y llegamos así a la parte cristiana con las vistas desde sus torres y el hermoso jardín del Alcázar de Córdoba, conocido como el alcázar de los reyes cristianos.

La fortaleza fue construida en 1328 por el Rey Alfonso XI encontrando en ella tesoros como sus jardines, las amplias fuentes que recorren todo el exterior recordando a los jardines de Versailles, los llanos de tierra para la danza de los caballos, las vistas desde sus altas torres, el patio de las mujeres con grabados y columnas romanas excavadas a gran profundidad, las flores, los árboles y los secretos de sus frutos y los tesoros escondidos entre sus paredes pertenecientes a la época romana de los siglos II y III.

No hay color que recorrer Córdoba con el olor de aceituna que viene transportado por el viento desde los campos de alrededor.

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