Por Rocío Pastor Eugenio.
Tras pasar varios controles de seguridad y dejar mis cosas en consigna. Me pegan un cartel en la solapa que me etiqueta como “visitante”.
Los requisitos para el carnet son cumplidos y tras la correspondiente foto y firma, asciendo de categoría y me cambian la pegatina por la de “lector”.
Después inicié mi acceso por el largo pasillo hacia la entrada. Varios guardas de seguridad me pararon de camino revisando mis pertenencias y papeles.
Cuando por fin logré pasar el cordón policial, inicié mi viaje entre cuadros de los ganadores de los Premios Cervantes, olor a polvo y libros cuyas páginas han sido revisadas una y otra vez a lo largo del tiempo. Viajo entre la historia.
Estas entre estas obras se me antoja el lugar más acogedor del mundo. El tiempo se detiene y sólo vuelves al presente al pisar el descansillo y bajar los escalones.
Manuscritos centenarios de todo tipo de autores y temas. Me regocijo viendo un original de Leonardo Da Vinci del Siglo XV. Exhalan trabajo, constancia y paciencia. Todos los grandes están aquí.
Enciclopedias, Historia, Clásicos…
Me paro frente a una novela de Cicerón: Discursos. Libro V. Lo abro al azar, el eco de sus tapas retumba por las cuatro paredes y leo: “Cluencio fue acusado y condenado (…) las circunstancias de esta sentencia fueron tales que toda la opinión pública se alzó contra ella porque, al parecer, Cluencio había comprado a los jueces del Tribunal”. Desde Cicerón a nuestros días, la historia siempre se repite. No hemos cambiado, ni mejorado nada. Sonrío, recordando los sucesos de ayer gracias al movimiento 15M y rio por dentro para no hacer ruido, el silencio es tal que abruma y acobarda y aún así, siento que hago ruido.
Cabezas agachadas escrutan libros manoseados. A lo alto, metros de distancia separan la luz del sol de los pupitres. Las escaleras metálicas intentan mermar esta distancia acercándonos al cielo de la lectura.
Diccionarios de idiomas, Biografías, Geografía, Prehistoria, Arqueología…
Todo nuestro pasado fusionado con un presente tecnológico: los ordenadores.
Distintas nacionalidades, credos, edad, sexo, aspecto físico… todos y todo cabe en la cultura, en la apertura al conocimiento, en el estudio y en el saber.
Medio ambiente, Matemáticas, Folklore…
Me siento en una de las sillas de aspecto imperial y forradas en burdeos. Mi pupitre es el número 142 de madera de caoba y bajo una cúpula adornada de cristal con los nombres de grandes autores. El alma vibra en un lugar así, se despierta la magia, las musas corretean por los pasillos y el ánima parece reír a carcajadas dentro de una pequeña caja torácica humana.
Otro libro me susurra y corro a cogerlo en mis brazos: Chronology of Women Worldwide. Está en inglés. Grandes mujeres, valientes, luchadoras y constantes que creyeron en un futuro mejor y pagaron sus peajes por conseguirlo. Cierro los ojos y lo abro por una de sus páginas encontrándome cara a cara con las fotografías de Alessandra Kollontai (1871-1952), cuyos ojos sonríen. Debajo dice que “her concern for the oppressed masses leads her to acept socialist doctrines. She advocates free love and full equality for women”. Además, fue la primera mujer completamente acreditada como embajadora.
Y la de Victoria Clafin Woodhill (1938-1927), con una mirada analítica y preocupada en continuo pensamiento fue “one of the most admired and despised women of the nineteen century. She is the first woman to run for President in EEUU”. El libro sigue diciéndome que Victoria defendía el amor libre durase lo que durase, como valor inalienable y como derecho natural y constitucional. Esto no sentó nada bien a la sociedad de su época, como supongo que tampoco sentaría bien hoy en día, más que nada por el hecho de que estas palabras salieron de la boca de una mujer. Ya se sabe el dicho: “o virgen o puta”. Los medios de su época la tachaban de ser “The Terrible Siren”.
Continúo mi recorrido pensativa y dolida al ver como una mujer debe renunciar a todo aquello en lo que cree al no ser considerada ni respetada en sus razonamientos sólo por el hecho de carecer de pene en un mundo patriarcal dónde el olor a feromona cuenta más que la razón.
Coloco mi silla, despacio y miro descarada al finlandés de pelo dorado sentado a mi lado. Estoy harta de convencionalismos sociales. Ojalá las mujeres luchemos por lograr que algún día podamos comenzar a ser consideradas como “HOMBRES”. Entendiendo bajo este erróneo calificativo el concepto de SER HUMANO. Qué importante es el lenguaje y aún a día de hoy, hay personas que no lo entienden.
Educación, Administración pública, derecho…
Cuatro relojes vigilan la sala. Ni siquiera sus segundos emiten sonido. Lo único que se aprecia es el viento provocado por el pasar de las hojas de los lectores.
Religión…
Me silba ahora un libro escrito en francés titulado: L’ésotérisme. Siempre he preferido serla bruja del cuento a la victimista y dependiente princesa.
Esta vez me apoyo en el pupitre número 11. Mi número mágico. La página 599 se muestra ante mí y me habla de Hermès, de la Grecia Antigua: “Hermès tend un piège pour l’homme sèduit. Séduction, leurre: Hermès est aun creux du double sens et de l’énigme”. Y resalta: “Beau mal revers d’un bien”. Dicho queda.
Atravieso las salas, una a una, disfrutando de cada paso. Aquí está todo el trabajo de las mentes anteriores y lo cierto es que no encuentro evolución en las nuestras, ¿será cierta mi creencia sobre que nuestro esplendor llegó con los Griegos y desde ahí nos estancamos? Desde luego la Moda ha crecido, evolucionado y acompañado a los cambios sociales, pero la mente… La mente ha seguido desarrollada y en plenas facultades pero tiende en casa sociedad a la alienación, a la rutina y en algunos casos al rechazo de la razón. Gracias a aquellos que siguen trabajando y pensando, son los que consiguen que sigamos siendo humanos.
Revistas, periódicos, microfilms…
Buscando el ascensor para subir a la 4º planta, la hemeroteca (es gracioso que el cuarto poder se halle en la cuarta planta), llego a una sala llena de minúsculos cajoncitos ordenados alfabéticamente donde se encuentras ordenados todos los libros de la biblioteca. Sus hojas amarillas despiden nostalgia.
Por fin consigo encontrar el ascensor. Al abrirse sus puertas descubro el color rojo de sus paredes y la estética a lo submarino ruso del mismo. ¿Se parecerá a un submarino porque me lleva de lleno a sumergirme en el pasado escrito a manos de antiguos colegas de profesión? Vuelvo a reír.
La puerta se abre y me deja delante de un alto muro de piedra. Me desconcierto y al volver a bajar la cabeza, logro girarla a la izquierda y descubrir una minúscula puertecita. La cruzo.
Todo tipo de publicaciones están aquí. Las anteriores a 1931 están dentro de los ordenadores. Parece una película americana. Accedo a ellos gracias a mi carnet de periodista y elijo una fecha al azar… 11 de abril de 1911. Encuentro una revista marinera.
Así termina mi ruta. Me voy con la cabeza embotada, como si llevase dieciocho horas estudiando. Recuerdo mis años en la Universidad, las diversas carreras, los másteres, el postgrado, la tesina… La energía de este lugar fluye es, sin dudad, el saber concentrado.