Llegar a Ibiza dejando atrás las costas de Valencia, ofrece al cabo de un largo azul, la primera vista de la isla de Formentera.
Un barco de por medio atravesando el agua clara e inundada de sol, habla de la calma de sus gentes, de sus tierras y sus playas.
Sus costas de veleros, llenan el paisaje de color y calma, sin motores ajenos a esos de las pequeñas motos que recorren la isla adelantando bicicletas.
Y es que llegar a Formentera reduce el tiempo del reloj, se pausa y se detiene, un take it easy, como aboga la publicidad de la isla que engancha y que propone sentarse a mirar el horizonte sin más, entrecomillando los horarios.
Escribir frente al mar, las risas de los niños que, desnudos corretean bajo su sombrerito de paja, mientras otros se duermen sobre el calor de la arena.
La poseidonia penetra oscila en los vaivenes de las olas creando un concepto completo e inspirador que invita a la calma y al sosiego de estos días de verano y sus noches plagadas de estrellas.
Mirar hacia dentro, pasear por la orilla, respirar el verde de los pinos y convertirse por momentos en pirata.
Dormir en el Estany d’es Peix ofrece un atardecer precioso y la cercanía de todo en una isla accesible y llena de secretos.
Desde el parque natural de las Salinas y sus preciosas playas de Levante hasta Ses Illetes se ocultan y se disfrutan por igual, mientras el azul inunda la mirada, las montañas de Ibiza recortan el horizonte. El aire huele a sal y 24 tipos diferentes de lagartijas se cuelan entre los altos barrancos de piedra que caen al mar.
En el pueblo de la Mola, su pequeña iglesia y su mercadillo artesano son el preámbulo al faro que en el otro extremo de la isla ilumina y reclama. Aquí: abarcas, cerámica, cuero, madera, metales, joyería… realizados por maestros artesanos titulados y en sus altos, desde Cap Barbaria hasta aquí, de faro a faro, sus viñedos producen el vino como en la Edad Media.
Y es que en esta isla de atardeceres, cada rincón tiene su historia y las calas su emblema: desde Saona hasta En Baster.
Por sus campos de ponys, ovejas y campos de cultivo, se llega a cap barbaria, donde cuevas escondidas van a dar al mar y donde Lucía y el sexo se escondía del mundo y sus agravios.
La naturaleza estalla en esta isla vigilada por sus torres de vigilancia, como la de Garroveret, con sus 4 torres y sus dos faros.
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