Tras haber comprobado en carne propia los infiernos del estrés física y mentalmente, he decidido cuidarme y mantener a ralla la ansiedad.
Para ello, estoy siguiendo horarios de trabajo (utopía para una freelancer como yo), una dieta muy saludable en la que me permito mis pequeños caprichos chocolateros, ya sabéis… una ama la nutella… y además me he apuntado al gimnasio.
¡Sí, al gimnasio! ¡Y me encanta!
Puedo combinar las clases, ir a zumba, bailar funky, tonificar los músculos en clases con nombres formados por sílabas que no son español… estoy encantada. Siempre pensé que lo odiaría y veme ahora, feliz aprendiendo a hacer pausas y a estar pendiente de la clase, lo que me obliga a para de pensar en ese mail que tengo que enviar, mi pelea con la compañia de teléfono, reclamar tal factura, hacer la declaración, ¿llamaste a la abuela?, etc, etc, etc… Pausa, Pausa, ¡de verdad!
En mi búsqueda de la vida equilibrada, además de mi adorada agua, dormir (a lo que el gimnasio me ayuda de maravilla), ponerme mona para mirarme en el espejo mientras me tonifico (os parecerá una tontería pero mirarme y verme bien, me ayuda a sentirme mejor conmigo misma y a mimarme más) y sobre todo, no dejar que nada me estrese, ni siquiera el gusanillo entre horas o al salir del gimnasio por la mañana hasta que llega la hora de comer. Por que sí, aquí esta terrible verdad, a los freelance se nos olvida comer corriendo entre eventos o tras 12 horas sentados en el ordenador sin levantarnos y esto, esto ¡no puede ser!
Estoy feliz con esta nueva rutina saludable y os invito a salir de la zona de confort, para encontrar el balance que nos haga felices de forma sana. A veces, los horarios nos ayudan a recordarnos que merecemos tiempo para nosotros mismos. No hay nada como encontrar esa pequeña aficción que nos mantenga vivos, en forma (mentalmente) y sobre todo, felices.