Viento. Sonido de islas que se autoabastecen, que han aprendido a vivir aisladas creando en su soledad paraísos soñados.
En el mes de julio, viajé a las islas Azores para descubrir la impresionante isla de San Miguel. Mis reportajes contaban, como en un diario, todo lo que allí vi, sentí, descubrí y aprendí de sus gentes tranquilas, de su tierra viva, de sus volcanes dormidos y de su agua clara.
Cuando me llamaron para volver a vivir la aventura de las islas Azores, esta vez en otras tres islas diferentes que laten al mismo compás, mi maleta ya estaba preparada antes incluso de colgar el teléfono.
Esa mañana me levanté, desayuné algo ligero y me dirigí al aeropuerto. Esta vez, un grupo de periodistas me acompañarían en la aventura de sacar el cielo hasta mitad del Atlántico para descubrir en pocos días, tres islas al completo: Terceira, Graciosa y San Jorge.
Llegamos de noche al Hotel Terceira Mar, situado en la capital, Angra do Heroísmo y tras una cena oyendo el ruido de las olas, subí a mi habitación para dormir.
Por la mañana, la luz del sol me fue despertando poco a poco… despacito… sin prisa… Cuando abrí la puerta de la terraza me vi frente a un prado verde, un vergel de flores inmensas de todos los colores, una piscina de cara a la bahía de Fanal con el monte do Brasil oteando el horizonte y la Fortaleza de San Sebastián frente a mí.
Aún desconocía todo lo que estaba por llegar y no podía esperar a descubrir toda la gastronomía, las ciudades y las diferentes islas que se presentaban frente a mí, de nuevo en estas islas vivas y en constante movimiento, surgidas de la unión de las placas africana, americana y europea.
Islas donde resuena la música más allá del viento, donde cada habitante sabe tocar algún instrumento y donde las canciones populares suenan alegres con sus guitarras y sus violas.
Conocer a los alcaldes de cada ciudad de la isla es todo un honor, sobre todo, al descubrir personas tan apasionadas por su tierra, que cuentan emocionadas la historia desde el descubrimiento de éstas en el siglo XV hasta hoy en día.
Cómo zona de paso, las islas disfrutan de una mezcolanza cultural basado en la convivencia, en mitad del océano Atlántico y centro de paso para el resto del mundo, tanto que hasta los americanos celan la base militar de espionaje construida durante la IIGM, que emerge de uno de los cuatro picos de la isla en el Monte do Brasil: Enebro, el del monumento a la historia de Azores, desde el que avistan las ballenas y aquel otro desde el que los militares forman y saludan desde caquis uniformes.
Terceira es la tercera isla de Azores, de ahí su nombre, con 56000 personas como habitantes. Angra do heroísmo, su capital, era una ciudad medieval, base pirata de paso entre América y Europa, contra el contrabando, Felipe II de España, primero de Portugal construyó la fortaleza más grande de España bajo su dominio en el Monte do Brasil. La capital recibe su nombre ya que en ella, los portugueses vencieron a los españoles, que se negaron a atacar desde sus cañones a la población, ya que ello entrañaría destrozar sus propios hogares y a sus propios familiares, tras tantos años de colonia. Así, recibe su nombre, de los héroes que liberaron las islas.
Isla de exilio de presos políticos, Terceira fue poblada con aquellos que renegaban del régimen dictatorial portugués condenados a trabajos forzados colocando piedra a piedra, los muros que separan los campos donde las vacas pastan felices.
Angra do Heroísmo
El paraíso en mitad del océano Atlántico, nada como despertar en un balcón que da al mar viendo en cada romper de las olas una ballena oteando al horizonte. Historias de piratas juegan en la mente en una isla que crece atemporal jugando entre la costumbre y la tradición propia de quienes crecieron y sobrevivieron al volcán en esta ciudad Patrimonio de la Unesco desde que en 1983 se destruyese la ciudad entera con el terremoto de 7 en la escala de ritcher.
Así, fue reconstruida piedra a piedra bajo la influencia primitiva del estilo clásico colonial.
Sus calles crecen paralelas y juegan en espiral, desde la Calle San Miguel a la Plaza Velha, de la calle da Sé a la Iglesia de la Misericordia donde el reloj se limpia a mano y el azul de sus paredes invita a sonreír contento.
Entre sus adoquines, bajo sus paredes de colores, más allá del jardín botánico, me siento a esperar y espero, mientras el sol calienta los huesos y el viento pasa ligero. Miro la muñeca sin reloj y pienso: “Tiempo, ¿acabo importa?”. Una mano, una caricia y los azules inundan la casa.
Es sencillo vivir donde las prisas no caben y la humanidad se torna bandera.
Así, entre azules y los acordes de una guitarra de fondo, sentada en el rompe olas del pequeñito puerto de Angra resguardado en la montaña, comencé a escribir palabras sobre una libreta ajada para poder narrar un viaje vivido a través de las olas y de un viento que sabía mucho más de lo que parecía decir. Aquí, en el muelle, cada visitante que llega a la isla en barco, decora el frío cemento con trocitos de arte, cuidando la que será su casa durante a penas un momento.
De cenar, unas lapas al estilo portugués y un Kima de maracuyá. Acierto seguro.
Sueña, respira mirando al océano, es la mejor forma de terminar el día.
Más información
Lista de Reproducción de Azores en Youtube