He ido a la pradera de San Isidro y puedo afirmar que no pienso volver.
Tras lograr salir de un metro abarrotado, doy a calles donde Camela suena y resuena en cada esquina.
A saltitos voy cruzando intentando sortear los ríos de pis que inundan las aceras para llegar a una oscura masa informe de campo atestado.
Una vez internada en dicho ambiente, caminarás entre hordas de olores que aparecen en forma de nube hasta rodearte. Con el olor de los entresijos y la panceta en el pelo, llegarás a una funeraria gigante, abierta, con gente penando en su interior mientras algunos muchachos alcoholizados se cuelgan de los carteles de dicho recinto a la par que un señor de seguridad guarda la puerta con celo.
Una feria ruidosa y sobre iluminada aparece entre las copas de los árboles y sobre el suelo lleno de arena, una cárcel mal asegurada gira y gira en el cielo, sin control y a pesar de ello, con una cola inmensa de jovencitos de todas las nacionalidades cantando reggeaton con claveles en el pelo.
Intentarás seguir avanzando en busca del escenario con los prometidos conciertos. Globos de delfín te atacarán cuando menos te lo esperes.
Humo. Más humo. Cigarros que queman el brazo contra la piel delicada recién despojada de la ropa de invierno.
Señores jubilados (qué suerte) haciendo pis en un árbol, sin esconderse, libres, al lado, delante y detrás de quienes sentados en una pradera empinada y sin césped, se afanan en hacer botellón entre barrizales sucios de plásticos y despojos de lo que horas antes fuese un picnic.
La funeraria sigue iluminada. Comienza el concierto. Heavies insultando con ambos brazos y el dedo corazón en alto contra un cantante monísimo que se define como medio vasco, medio de la Florida profunda americana que en tono folk hace canciones a los perritos que no pueden pisar la calle porque no están vacunados…
¿Esperpento?
Sin duda, un viaje a un lugar que sólo puede ser explicado con la siguiente imagen: “Dos dominicanos bailando twerking con una gorra de chulapo y mujeres vestidas de sevillanas palmeando motivadas”.
Y después, intentar salir de esa vorágine y volver al centro.
Tardarás una hora en lograr llegar al metro y cuando lo hagas toneladas de personas se afanaran por entrar antes que tú a codazo limpio.
Ea, feliz San Isidro.
Yo me quedo en la Plaza Mayor.
¿Quieres más?
PDT. Éste fue mi post en redes sociales cuando iba camino de la Pradera… Ahora, viéndolo en retrospectiva, creo que debería haber atendido a las señales…
“Voy en el metro camino a la pradera y el señor que va sentado a mi lado le está mandando fotos de su pene a su novia que a su vez le envía fotos de sus pechis… Por favor, señor, ¿podría usted al menos efectuar dicha actividad con el móvil en una posición algo más íntima para que ninguno de la fila de asientos tengamos que presenciar este intercambio fotográfico? GRACIAS (PDT. El caballero huele a mi ropa y yo llevamos tres años bebiendo y va camino a una cita… No sé si con la de las tetis o con otra… Bravo)”
2 comentarios
A mí me pasó lo mismo!!!!! En la pradera de San Isidro…. Vaya tomadura de pelo!!!! Entré con un traje blanco y salí con otro negro-gris!!!!!
Jajaja horrible!