Cada pocos meses subo a París y me pierdo entre sus calles. Su estilo de vida, la calidad de sus productos, la belleza de la ciudad, sus paisajes urbanos y los pequeños detalles que se encuentran en el paseo me seducen y embriagan.
Cada edición busco mi postre favorito entre sus boulangeries y busco el mejor éclair de la ciudad.
Entre desfiles, paseando por la estilosa Rue du Faubourg Saint-Honoré, encuentro una entrada dorada, con un sonriente ujier en la puerta que gira, para mí, invitándome a entrar entre sus vueltas espaciosas.
En el hall del Hotel Le Bristol, un piano toca música clásica y los altos mármoles llenan de luz el espacio ayudados por grandes lámparas de araña que cuelgan del techo. Amplias salas y personal amable, me dirigen hasta un salón coronado por la imagen de María Antonieta y todo el sabor francés se saborea en cada una de las piezas mobiliarias que decoran el hotel con arrugas longevas que denotan su edad y el paso del tiempo.
Abrumada, me arreglo la camisa en uno de sus espejos centenarios y estudio una carta bien elaborada donde, – entre los platos del día diseñados por el chef Éric Fréchon cocinero del restaurante con estrella Michelín abierto a mi espalda y de lo salado y los maravillosos brunch del jardín; y los postres de Laurent Jeannin-, encuentro detalles de la historia, piezas de diseño e informaciones varias que me sitúan en el tiempo y en el lugar en el que el tiempo se detenía en las altas fiestas de personas con peluca.
El hotel, abierto en 1925 por Hippolite Jammet, ha sido el regalo de aniversario de un rico alemán a su esposa y es que ahora, la familia Oefker es la dueña de la cadena de los Bristol repartidos por el mundo desarrollando la esencia en cada uno de ellos de la ciudad en que se encuentran creando un lifestyle de lujo, pensado y cuidado, repleto de detalles y con un trato personalizado, con personas de trato humano, que miran a los ojos y hacen de la estancia una casa de vacaciones, cercana y cálida, gracias a personas con las que hablar y compartir el día a día. Ese es su lema.
Mi recomendación es acudir sin prisa y disfrutar de la merienda con el menú Thé Complet Le Bristol, que incluye: un té a elección (degusta el té chino aromatizado), una copa de champagne, una selección de saladitos y dulces maravillosos como el mousse de limón.
Además, no dejes de pedir el chocolate caliente con crema y los maravillosos (¡y enormes!) éclaires de chocolate y de café. Una delicia.
Aquí, sentada en un sofá inspirado en la decoración renacentista, en el corazón de París, me siento parte de un pasado rico en cultura e historia, girando en torno a mí y llenando una esencia adormecida por el devenir de los días, que inspira e invita a crear y a quererse a una misma.
Un regalo que merece la pena realizar y realizarse.
Mañana, en mi canal de YouTube y aquí, en la sección vlog se publicará el vídeo: Lifestyle en París donde podréis ver Le Bristol en primera persona.