Un amigo me miró a los ojos y despacito me dijo: “La Novia es poesía”.
Basada en Bodas de Sangre recoge la esencia y la plasma en metáforas de imágenes y textos medidos que entran en la escena como un suspiro, parte esencial de cada respiración, susurrados al oído y dejando que todo fluya en un Lorca entendido a la perfección, bebido en cada poro, simbolizado entre luces, fotogramas y silencios.
El Sur aislado desde una Turquía atemporal, palpitante entre tararas, fuegos y cultos. Música que nos duerme, música que calma, música que deja salir la emoción arañando desde dentro. Música que habla de nosotros y que emerge en la película creando realidades.
Una sala en silencio, con los ojos bien abiertos, respirando un montaje excepcional.
Palabras que agarran y se clavan en las sienes: “valiente y sola”. España dolorida, España y sus tradiciones, sus pueblos arraigados, voces que señalan y la tierra… esa tierra que consume, tan presente en Federico.
Tierra y polvo, noches y lunas, magia enredada en los cabellos y aromas de quienes se cuelan por dentro hasta los confines de las entrañas de donde no salen jamás: “Le habría seguido por siempre”.
Simbolismos y personas, personajes y almas convertidas en espejos.
Una obra maestra, la perfección llevada al cine sumando artes y un trabajo medido, sentido y amado.
Una obra que pide silencio, que pide ser escuchada, que arranca la voz por momentos, que deja sin habla al salir del cine y que retumba en el pecho horas después, hasta que se encuentra el abrazo que calma y reconforta, esa mano que acaricia mientras pasa, que lejana y sin sombras, se torna presente.
Un comienzo: “Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes”. Un yin y un yang que atrapa y desencadena la humanidad más pura.
La mejor película española que he visto este año, difícil de encontrar en los cines generalistas y sin embargo necesaria en toda su magnitud.
La primera vez que vi a Inma Cuesta fue en la maravillosa obra Ay Carmela: “porque nada pueden bombas, donde sobra corazón”; ahora vuelve a enamorarme sintiendo cada verso que sale por su boca. De Alex García poco puedo decir más que en cada una de sus apariciones me arranca una lágrima y una sonrisa a la par. Para la directora, Paula Ortiz, mi abrazo y una infinita gratitud por el regalo de esta maravilla. A las miradas sinceras de Carlos Álvarez Novoa, ternura. A la voz de Manuela Vellés, mi oido y al caballo que recorre las arenas, simbología y fuego.
“Te seguiré por el aire como una brizna de hierba”…