La zona favorita para los autóctonos que retornan a las islas tras su emigración a Canadá o Estados Unidos se encuentra en Povoaçao, donde el puerto brinda azules y barquitas de colores se deslizan en aguas con tintes verdes reflejo de las amplias laderas de colores. En las colinas, hasta llegar al pueblo, jardines casi verticales rodean las casitas de estilo inglés.
Caminando por sus calles de casitas bajas y silencios, los bolhos típicos endulzan las tardes mientras la tristeza se masca al otro lado del muro de cemento.
Frente a un espectacular jardín, se levantan pequeños reductos con rejas enclaustrados. Las condiciones insalubres, el cemento bruto, la pintura descascarillada, la ausencia de agua, de espacio, la suciedad reinante…
Así son las jaulas, las pequeñas cárceles, del zoo de Povoaçao, en Azores.
Un lugar triste, desolado e inóspito. Una cárcel impermisible donde las jaulas no permiten que las aves puedan estirar las alas, los conejos y palomas parecen esperar el matadero, llenos de estrés, roídos por animales callejeros de carroña, perdiendo pelo y sin poder si quiera levantarse y andar.
Las imágenes hablan por sí solas, como lo hacen las miradas perdidas y la falta de movilidad de los pobres animales que aquí se encuentran.
Desde aquí, exijo el cierre de esta abominación construida sin sentido por dar gusto a la insensatez humana de hacer esclava la libertad suprema y de enclaustrar la naturaleza entre barrotes, cemento y soledad.
PIDO EL CIERRE INMINENTE DE ESTE ZOO.
Azores, un viaje de 4 días, 10 reportajes
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