Mi amiga, su amable, silencioso y sonriente marido, su caballo americano campeón de salto, sus mimosos perros, sus vacas, sus prados, su bosque y lago en propiedad y una sonrisa encantadora de quien vive y cuida la tierra heredada de sus ancestros. Así defino Blessingbourne Estate y sus colores se han quedado grabados en mi retina.
Como si fuese magia, esa magia congelada en el tiempo, que te sienta con una mantita y un té frente a la chimenea y deja que el tiempo pasé con una tacita de porcelana con vaquitas pintada a mano y una sopa de verduras servida en el restaurante del pueblo, donde todos tienen nombre propio y los caballos son el tema de conversación principal.
Para llegar al pequeño pueblo de Fivemiletown me pierdo tres veces en sus carreteras de señales inclinadas y superpuestas. En una gasolinera, mientras un hombre discute de política, paro y pregunto enseñando un mapa a los campechanos clientes que pasaban la mañana con la prensa en la mano y un café en la otra.
Cuando estoy a punto de llegar, comienza a diluviar y dejo de ver la carretera. Por un sendero a 20 por hora, llego a una casa de campo estilo victoriano de amplios jardines y vistas a un lago. En un escenario de película, una alta mujer rubia me saluda desde el camino, sin inmutarse por la lluvia, sin paraguas y a penas sin mojarse, me saluda divertida. Cuando bajo la ventanilla me dice con un inglés cantarín: “Buenos días, Señorita… me tienes que recordar tu nombre, ¡es muy difícil de decir! ¿Ya te has enamorado del tiempo de Irlanda?”.
Mientras me quejo y sacudo las gotas frías de mis tres capas de sudaderas, ella ya ha servido el té y las pastas, su marido ya ha aparecido en el salón con su cámara en mano y sus perros se suben a mis piernas dándome la bienvenida. Al levantar la vista, me encuentro en un salón amplio con frontal de cristalera mirando a la naturaleza que les pertenece, sencillez en un espacio de lujo, miles de fotografías y premios de hípica. “¡¡Hoy toca montar!!”, “pero si está diluviando”, “Nada, nada, esto abre”. No abrió y monté a caballo, en un campeón de salto, de origen americano tan alto que para subirme necesité dos escaleras y un saltito.
Ir a su lomo fue toda una experiencia, cada paso dos metros, cada susto motivado por el sonido de las hojas en el bosque, un brusco movimiento que tambaleaba la tierra, debajo, Colleen y Nicholas Lowry le conducen mientras me hacen fotos y me explican la grandeza de la tierra que pisamos y la cantidad de actividades interesantes que desarrollan en ella.
Un turismo sostenible, de descanso y de naturaleza, donde poder disfrutar de largos paseos, sobremesas, chimeneas, comidas, animales y un entorno que quita el aliento cuando uno se sienta a oler, se para a observar o se deja llevar por los caminos, oyendo el bosque y nada más.
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1 comentario
Un sitio precioso, perfecto para hacer una escapada!!! Las fotos, geniales como siempre en Womanword!