Una ciudad pendiente de las crecidas del río que afronta con puente de piedra y arcos desmedidos sus inclemencias. Ciudad guerrera, ciudad de arte.
Replican las campanas de la gran catedral que Luis XIV construyó para mostrar su poder a los protestantes que afincaron este pequeño pueblo en guerra contra el catolicismo.
Al otro lado del río, donde la ciudad con su planta medieval especial en esta región se alza en pequeños patios que tragan la luz del día y consiguen el aire en sus entrañas.
Escaleras de madera y metal se enroscan entre sus pisos de piedra roja mientras fuera, mirando a la calle, sus balcones muestran sus figuras pintadas figurando la rica piedra y creando murmullos sobre fortunas inexistentes.
Así es Montauban.
En su plaza mayor, la doble arcada recuerda el día en que los comerciantes que la habitaban dejaban paso a los viandantes mientras exponían sus mercancías. Pienso en ello, mientras paseo comiendo los chocolates flingueurs de Alexandres y encuentro rostros extraños en las paredes: el pregonero, figuras neoclásicas y hasta dos agujeros de cañonazos en la torre principal que recuerdan el vano intento de toma de la ciudad por parte de los reyes.
Cerca del río verde de amplio caudal que atemoriza a la ciudad en sus crecidas, el museo Ingres, palacio del siglo XVII, nos muestra la calidad artística de un pueblo perdido de Francia, pequeño y orgulloso, en el que hasta Picasso vino a aprender la desmesura del pintor en gestos y cuerpos alargados, de estupendas luces, cuyos lienzos guardan la historia de la ciudad y que en octubre vendrá de visita a El Prado.
Es interesante encontrar en el museo, las técnicas de pinturas de Ingres, en los dibujos y collages sobre dibujos que el pintor utilizaba para crear sus personajes, además de utilizar rostros y cuerpos de mujer para después, convertirlos en hombre.
Como curiosidades, el violín de Ingres y una puerta secreta en la que se escondió la Mona Lisa durante la ocupación nazi.
En la planta baja, las esculturas de Bourdelle, con sus cuerpos musculosos que levantaban ampollas entre la audiencia y sus rostros de culturas clásicas y bizantinas.
Más abajo, entre las escaleras de piedra, la sala de los tesoros nos recuerda los cambios y la evolución de esta ciudad medieval que en el siglo XII cautivó con su plano damero de ciudad medieval del sudoeste.
Cuando los pies se llenan de polvo y el camino aparece en cuesta, cuando las paredes asfixian y parece que no hay horizonte al que dirigir los pasos, aparece una ventana, un azul que cala, que inunda y que calma, que nos da esperanza y nos llena de luz.
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