Sur de Francia: La Abadía de Fontfroide

La Abadía de Fontfroide compone un recinto conservado desde el Siglo XI que explica a la perfección los cambios políticos y religiosos de la zona.

Cerca de Narbona, en el Le Pays Cathare: L’Abbaye de Fontfroide, María, la guía de la Abadía (y no es broma), muestra a quienes llegan hasta allí, primero el desagrado por la tardanza y después su gusto por lo antiguo, por la piedra que narra historias, por los patios remodelados por los reyes, por la vida austera de los pertenecientes a la orden del Císter, por los aristócratas que dejaron atrás su vida de riquezas para entregar su vida a la clausura (y a la pobreza, aunque la orden dispusiera de más de 30.000 hectáreas).

Abadía de FontFroide by © Rocío Pastor Eugenio ® WOMANWORD

Bajo la recurrente frase: “No lo entiendes porque no piensas como alguien del Siglo XI”, María explica cómo ésta orden se hizo la más rica y poderosa de la región, por encima del monarca, creando un sistema capitalista que funcionaba y les permitía crecer y expandirse por todo Francia.

Tal fue su poder que la monarquía tuvo que meterse en medio para decir basta y llevarse su parte del botín, instalándose en la Abadía y haciéndola más habitable y social.

Los monjes por su parte, como explica la guía: “construían para Dios, no tenían prisa ni tampoco una labor social”.

Explica que contaban con sistemas perfeccionados de arrendamiento, contratos de trabajo, movilidad geográfica y cero autosuficiencia, es decir, a quienes pertenecían a la orden se les negaba el derecho a pensar, a razonar y a preguntar.

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Su misión era encomendarse a un poder superior, no a Dios, sino a quienes organizaban la orden y sus negocios nacionales. Ellos, les permitían hablar durante 15 minutos a la semana. En esos 15 minutos debían rezar, confesarse y ya si quedaba algo de tiempo, hablar de los problemas del trabajo: arado, siembra, plagas… Poco para la introspección personal, la duda o la queja.

Una vida en silencio dividida también, dentro de la Abadía, en clases. Los provenientes de familias ricas, en el piso de arriba dedicados a la escritura; los campesinos condenados a arar la tierra hasta el final de su vida, alrededor de los 30 años de edad. Ambos separados de por vida, encontrándose sólo los domingos durante la oración, unos minutos, ni siquiera eran invitados al oficio completo. Y es que la tierra no se trabaja sola y el hijo de un rey no iba a mancharche las manos, ni con ropas de seda ni con hábitos…

Un estilo de vida que no dista mucho del actual si se piensa en frío y que clama a la memoria y a la retrospección para averiguar qué estamos haciendo mal si los parámetros sociales no han evolucionado tras la involución sufrida en la Edad Media.

Abadía de FontFroide by © Rocío Pastor Eugenio ® WOMANWORD

Tras la revolución, la Abadía pasó al Estado y de éste a ricos aristócratas que querían vivir dentro del patrimonio nacional. Fontfroide pasó a manos de un bohemio millonario, amigo de los mejores artistas del siglo XX, que gustaba de su compañía en el verano. De su compañía y de su mano de obra: pianistas, pintores y artesanos cuyas obras vendía a posteriori y encargados de pintar sus coloridas vidrieras.

Hoy en día, pertenece a su bisnieta, quien también habita sus pasillos de piedra amarilla y quien por ley, se ve obligada a compartir tamaño patrimonio con el resto del mundo dos días a la semana, normalmente coincidiendo con el fin de semana.

Abadía de FontFroide by © Rocío Pastor Eugenio ® WOMANWORD

Alrededor de la Abadía, viñedos y rosales que aportan un aroma fresco bajo el calor de verano. La visita culmina al degustar su comida, entre sus jardines, comiendo bajo el cenador al sol, disfrutando de las delicias típicas de la región en la Table de Fontfroide, acompañando la vista con una copita de vino syrah.

Una visita cultural y muy agradable.