Cuando la temporada de verano está a punto de empezar o cuando ésta acaba, se descubre una Ibiza real, plagada de pequeños pueblos donde la esencia de la isla permanece y que hablan de una historia plural y completa.
Cuando el gentío vuelve a sus países de origen y las discotecas cierran sus puertas, las playas se regeneran y la naturaleza gana la batalla a la basura depositada durante los meses de verano en una isla de energía zen y tamaño perfecto.
Pequeños pueblos pintados de blanco, realzan el encalado de sus Iglesias de amplios muros que recuerdan que una vez sirvieron de fortaleza ante los ataque piratas. Folclore, pintura, arte, artesanía, moda, mar y montaña.
Ibiza un todo que atrae a personas de todo el mundo y que respira tranquila con sus calles empedradas y sus calas silenciosas.
Una isla de artistas que se ha dejado influenciar por todos ellos y que sirve de espacio de acogida para otros tantos, una isla que piensa libre y vive de forma natural. Que más allá de los meses de verano, respira tranquila y se deja vivir en un entorno diferente.
Pueblos como Santa Gertrudis se tornan visita obligatoria donde sentarse a escuchar música chill out en su diminuta capilla y alegrarse la tarde con uno de sus bocatas calientes de Jamón, famosos en la isla, en el bar Costa, al lado de su chimenea y rodeados por cuadros de pintores que pagaban la cuenta con sus lienzos, casi a la salida, merece la pena pararse a contemplar, casi escondido, un miró sobre la puerta, al lado de las patas de jamón que decoran la barra y juegan a una aromaterapia muy nuestra y sugerente.
Sant Joan de Labritja, discreto, llena de luz su pequeña plaza, mientras los geranios de las ventanas saludan a los vecinos que bajan a comprar el pan recién hecho.
La cala de Benirrás sonríe sin sombrillas horteras y vuelve a sus orígenes de casitas de madera donde los barcos duermen y miradores entre tablas que guiñan el ojo al peñón. Mientras, en San Miguel reina el silencio y los barquitos a pedales han dejado paso al azul del mar.
Ibiza, fuera de temporada, en esos meses que parece que duerme, gusta del clima mediterráneo, se respira el verde de los pinos, las caminatas apetecen y el mar se calma sin aceites de bronceado y con libertad de ser él mismo.
Un lugar en el que parar, respirar y sonreír. Mirar en rededor y descubrir que la vida palpita y que la calma inunda.
Un momento de paz desde el que seguir andando sin perder el equilibrio, paso a paso, consciente.
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