Recorriendo Punta de Hidalgo me sumerjo entre la naturaleza de la montaña y el océano, en una de sus plantaciones agrícolas de papaya y plátano.
Al entrar, me sorprende verla cubierta por plásticos que capan la luz, pero conservan el calor.
Las plantas creciendo casi en la orilla del mar, viendo el moderno faro de Bajamar, se alzan verdes y su dulzón aroma impregna toda la plantación.
Metros y metros de habitaciones de tierra y árboles delimitadas por paredes y techados de plásticos blancos y opacos.
A pesar de carecer de invitación, me interno en los caminos y saludo a los trabajadores que discuten acaloradamente.
Es el momento de volver a cubrir el techo de plástico, su función, según me explican tras darme la bienvenida a la plantación de Pedro el Tacorontero, es la de evitar que el salitre del mar, a tan sólo unos pasos, no devore las hojas.
Pedro me cuenta que él es de Tacoronte y que todo el mundo le conoce como Pedro el Tacorontero. Orgulloso de su plantación recorremos parte a parte visitando sus campos de papayas y los impresionantes árboles de plátano canario, con sus amplias hojas y su ambiente fresco.
Me explican que el clima en Canarias al ser constante, facilita los cultivos de forma permanente durante el año. Me muestran también, cómo se corta la piña, cómo crecen las plantas, dónde se gesta y cómo después “pare” para dar a luz una piña de plátanos que después crecerá hasta que maduren y llegue el momento de cortarlos.
En la tala, hay que tener mucha precaución, me advierten, ya que si el agua que emana de la rama moja la ropa la mancha ennegrecida no saldrá jamás, peor es si cae en los ojos, ya que su ácido es tal que en más de una ocasión han acabado en el hospital.
“Cuando vuelvas, pregunta por mi”, me repite mientras me da la mano, me mira a los ojos y se emociona. He pasado dos horas con estos trabajadores conociendo su día a día, su rutina y me ha emocionado el amor que tienen al campo, a los frutos de la tierra y al respeto que sienten por la misma.
“Lo mejor en la vida es hacer deporte al aire libre, trabajar con tus manos la tierra y comer mucha fruta”, me aconseja mientras deposita en mis manos una docena de plátanos listos para comer, naturales y de un color precioso.
Puede que cuando él venga a Madrid, si pregunta por mí, le sea más difícil encontrarme.
Entiendo que en la vida, las pequeñas cosas que componen nuestros días son las que al final merecen la pena.
Y me voy dándoles las gracias por su humildad y su humanidad.
Ya somos amigos, Pedro.
1 comentario
Que intrépida eres WomanWord¡¡¡¡te metes por todos los sitios buscando tus artículos, mira tú por donde que te tropiezas con la humildad y la humanidad que reside en la sencillez y en aceptar la vida y vivirla con plenitud.En cuanto a la plantación, es otro mundo para los urbanitas.