Una vida tranquila, de pueblo pesquero casi abandonado pero limpio en naturaleza abrupta. Así es Bajamar en Punta de Hidalgo, Tenerife.
Estructuras congeladas de los años ’60 se balancean sobre la costa tapando el sol, abandonadas y con pequeñas vidas de lentos movimientos en su interior. Sus piscinas naturales recogen un trocito del furioso mar y lo dominan, sintiéndose orgullosos de poseer un trocito de agua, una marisma creada con sus propias manos ante la fuerza de la vida natural que les rodea y que les domina.
Sus casas se desgastan por el salitre del mar. Contra sus colores vivos, el silencio llama.
Un anciano sentado contra la piedra del que antes fuese un paseo marítimo recién asfaltado, mira el horizonte sujetando con una mano su bastón y con la otra su sombrero frente al acalorado vendaval de brisa y olas.
“Aún tiene que bajar más la marea, ya lo verás, siempre baja, baja y baja, luego vuelve a subir”, se ríe gracioso. No son pocas las veces que ha visto al mar danzar ante sus ojos quietos.
Más allá, la montaña reclama su atención debida y bordeando la costa, pocos autos, varios corredores y muchos dueños con sus perros se permiten un paseo matinal, tranquilo, de pulmones limpios y pelo enmarañado.
En la ermita de San Juanito, dos alemanas discuten tranquilas, enervadas, pero sin alzar la voz, un asunto que se escapa a mi entendimiento mientras un perro de aguas corretea por las marismas persiguiendo a las gaviotas que gorgorean alteradas mostrando más vida que las dos alemanas juntas.
El agricultor Pedro, junto a sus hombres sacan piñas de bananas que a sus hombros cargan en un camión, mientras la tierra rojiza se abre al mar y el verde baja de las montañas hasta rozar con los dedos la espuma blanca que rompe en sus paredes.
El constante movimiento recuerda el curso de los días y relaja sin agobio instando a la vida y al instante. Una respira y se siente atemporal rodeada por una naturaleza que palpita. Nombres, relojes y prisas se enajenan y entonces sólo quedas tú contemplando el mundo.
En la costa veo una pareja abrazarse mientras su perro les ladra encerrado en el interior de coche. No existe el tiempo para ellos y a su alrededor, mientras él sonríe y ella cierra los ojos, todo fluye fácil, sencillo y natural. Eso es el amor.
Vuelvo a mi hotel paseando por la costa, siguiendo sus senderos de arena, viendo el rastro de los surferos en el agua y me siento sobre la roca gastada, apoyando la espalda y mirando al horizonte entendiendo que el agua baja y después, siempre, vuelve a subir.
Nota al Lector
No te pierdas el embarque de la Virgen del Carmen en el que desde este pequeño pueblo pesquero, docenas de barquitas llenas de flores salen a la mar al atardecer en una romería peculiar que une naturaleza y costumbres.
1 comentario
WomanWord ,tengo que decirte que leer tu articulo es como leer una poesía, transmites paz y ganas de ir volando a La Punta del Hidalgo.