Cómo volar a NYC

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Volar a Estados Unidos es todo un desafío de baldosas amarillas, un desafío para los viajeros, donde la administración, los pequeños detalles y las triquiñuelas impositivas pueden aguar la maravillosa experiencia de conocer, como en este caso, Nueva York.

Para  empezar, como no podía ser de otra manera, se hace necesario tener el pasaporte en regla, visible, legible, limpio y sin caducar, mira bien la fecha antes de reservar tu vuelo.

Con tiempo, buscaremos una de las múltiples opciones de vuelo para conseguir el mejor precio y el menor tiempo para nuestro viaje transatlántico.

Una vez con el pasaporte en regla, buscamos la página oficial, no las mil y una páginas falsas que pueden aparecer en nuestra búsqueda, para proceder a sacarnos, vía internet el documento ESTA, que nos permitirá entrar en el país. Su coste es de 14 dólares y una vez consigamos esta visa, desde la embajada se pondrán en contacto con la aerolínea, permitiéndonos viajar a Estados Unidos. Si por el contrario, no has hecho el ESTA antes de viajar, puedes conseguir que te lo hagan antes de viajar, pero lo mejor es no arriesgarse.

Al llegar al aeropuerto, comienzan los primeros formularios tanto en pequeñas máquinas como con los diferentes azafatos de tierra que nos interrogan antes de facturar.

Después, la gincana por el aeropuerto pasando diferentes controles, el español primero, cacheos incluidos, el de EEUU después, todo sea por la seguridad nacional… “Sí, tengo más de 18 años…”

Entre las preguntas recurrentes en los diferentes controles: “¿Lleva algo que le haya dado otra persona?”, la seriedad de los agentes hace que se me escape un: “Si…- Cara de espanto del azafato- El bocata de tortilla de mi abuela…”

Pasillos, cintas mecánicas, un metro, más pasillos… Con tanto paseo, parada, pregunta, control, paseo… una entiende por qué hay que venir con tres horas de antelación al aeropuerto. Cuando por fin me siento a esperar la apertura de mi puerta, han pasado 2 horas y 45 minutos desde que llegué al aeropuerto.

Más preguntas sobre el visado ESTA, el pasaporte en regla, la dirección que tendremos en Estados Unidos… otra aduana…

Y algo muy importante y novedoso, todos y cada uno de los aparatos electrónicos que llevemos: móviles, tablets, portátiles… han de tener batería ya que al llegar a Estados Unidos pueden hacernos encender los equipos, para verificar que no son bombas… y si no se encienden… los requisan. Por cierto, en el aeropuerto, no hay enchufes ni zonas habilitadas para cargar los equipos. Así que por vuestro bien, llevarlos cargaditos hasta arriba.

De nuevo otro formulario antes de volar, cambio dinero, otro pasillo y después, llego al control frente a mi puerta de embarque. Más preguntas y por fin, pasamos a la zona de la puerta de embarque. Al entregar el billete de avión, otras preguntas y… ¡adentro!

Una vez en el avión, hay que recordar levantarse cada dos horas, pasear, estirar las piernas e hidratarse, beber mucha agua y echarse crema. Sobre todo, hay que intentar no agobiarse con el tiempo o con lograr dormir, relajarse lo máximo posible y utilizar estas ocho horas en leer, ver alguna película, hacer crucigramas, escribir, escuchar música, entablar una conversación con alguno de los pasajeros y disfrutar del viaje en cada una de sus etapas.

Cuando llegas a una ciudad como Nueva York, desde la pista de aterrizaje, la aventura que quieras crear, comienza, bueno… comienza después de pasar las colas de inmigración y sus intimidatorias preguntas y maneras: “Manos fuera de la mesa”, “A un metro del mostrador por favor”, “Pase a la cola número 15, usted a la 3…” Aunque en mi caso, algo más dulce, mi pregunta de seguridad, tras preguntarme mi domicilio y profesión fue un coqueto: “Y novio, ¿tienes?”

¡Americanoooo, te recibimos con alegría!

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