La curvatura de la costa las sitúa a una frente a la otra, quince minutos en coche y una diferencia abismal entre el lujo de Opatija, la ciudad mimada y la devastación de Rijeka, la ciudad castigada por las guerras de los siglos.
La castigada ciudad costera de Croacia, Rijeka, se sitúa en la región de Kvarner compartiendo es sus kilómetros, una historia de cultura y guerras que describen la humanidad.
Rijeka es una ciudad abierta al mar, ya Charles VI desembarcó en la que hoy es su plaza del reloj, hoy, terreno ganado al mar. Sus edificios del siglo XIX copiaban el estilo de los artistas de la época. Aunque la mitad de la ciudad tuvo que ser reconstruida tras el terremoto que la asoló en el Siglo XX y la otra mitad debido a la guerra, hoy sus labores de recuperación han dado sus frutos y la ciudad ha recuperado sus joyas anteriores.
Como la ciudad estaba dividida entre Yugoslavia e Italia, los familiares debían ir a visitarse con pasaporte, de hecho, tenían dos de todo, uno en cada parte de la ciudad: Estadio de fútbol, hospitales, iglesias… Los nombres de las calles han cambiado tantas veces que nadie los conoce y se citan en puntos estratégicos de la ciudad.
Pasear por sus estrechas calles refleja el carácter de sus gentes: “Es imposible no cruzarte con alguien que conozcas, de hecho intento no mirarles porque si te paras a saludar acabas de charla y esa charla desemboca en un café en una terraza y se alarga el día”, reconoce la guía entre carcajadas.
Despacio el murmullo abre paso a la catedral del pescado y sus diferentes mercados. En la lonja, una puerta daba al mar y la otra a la ciudad, ésta era la forma más rápida de meter la mercancía para su venta.
Sorprende la parte imperial de la ciudad y sus construcciones húngaras y como sus edificios grandilocuentes alternan su estilo con el arte moderno, como sucede en su teatro del Siglo XIX o en su Museo, antiguo palacio tomado por diferentes poderes políticos que recuerda su fuerza naval y su propiedad bajo el invento de los torpedos. En su interior, diferentes exposiciones de arte moderno y una leyenda, la del chaleco salvavidas del Titanic. Aunque más que una leyenda es una historia real. Desde el puerto de Rijeka salió el buque enviado a socorrer al Titanic tras su choque con el iceberg. Uno de los camareros que partió en dicho buque de ayuda, decidió quedarse uno de los chalecos salvavidas y llevarlo consigo de vuelta a la ciudad, hoy son sólo cinco los que quedan repartidos por el mundo como recuerdo de una época en la que el ser humano no dudaba en lanzarse a la aventura sin tantos avances como hoy en día.
Como recuerdo de las víctimas de la guerra, la ciudad construyó un puente, hoy reconocido como una de las maravillas arquitectónicas del mundo.
Ésta es una ciudad política que respeta sus minorías, hoy, la italiana, con su centro cívico y sus colegios. “Me gusta pasear por el cementerio de Rijeka, en sus tumbas hay tantos apellidos venidos de todas partes del mundo que uno entiende que no merece la pena pensar de otra manera diferente a la que nos una a todos y elimine los prejuicios, eso es lo que intento enseñarle a mi hija”, admite Sandra Bandera.
Una ciudad llena de detalles y tolerancia, entre ellos, su fuente regalo de su ciudad hermana Kawasaki, ambas significan “río”, la torre realizada con fragmentos de piedras de edificios romanos o su Iglesia de planta redonda utilizada por diferentes cultos.
Recuerda su influencia austriaca, si palacio de justicia junto al que se abre la puerta de la cárcel.
Dos museos interesantes como es el de la infancia, que recoge diferentes piezas de muñecos cedidos y promueve diferentes recuerdos felices o el de los ordenadores, donde pueden apreciarse piezas reales que recorren la historia de la tecnología.
Desde su observatorio, la ciencia nos muestra lo pequeños que somos desde su telescopio y su cine 360º. Las vistas que la rodean permiten ver el esplendor del adriático, su naturaleza viva, su fuerte río y sus montes Cárpatos.
En la cima, su Iglesia, esa dedicada a los marineros y que ha sacado provecho de un gimnasio socialista: Trsat. Sus paredes, coronadas por cuadros marítimos, muletas, recuerdos, peticiones y agradecimiento.
Alrededor, un pueblo tranquilo al que subir los domingos a tomar café tras la misa o a pasear por su parque en la montaña, ese que pertenece a la Iglesia y en el que están prohibidos los perros, ese donde las madres aprovechan para jugar en paz con sus niños pequeños en su limpia y verde hierba.
Al terminar el día, nada como descansar en el Grand Hotel y disfrutar de sus tres saunas, su fruta fresca y su bodega para asentar todos los conocimientos, vaivenes y datos recogidos en una sola ciudad capaz de hablar cuatro idiomas y que se define a sí misma como: “Paciente y cabezota”.
Fotografía y Texto por Rocío Pastor Eugenio.
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