Conducir por las carreteras de Croacia es una experiencia impresionante. Una atraviesa bosques, bancos de niebla que suben de la tierra caliente al aire frío y hasta del otoño al invierno a través de sus túneles y del calendario.
Es precioso cruzar sus regiones, desde Istria al interior, conociendo sus diferentes culturas y subculturas, formas de vivir y tolerancia sin fronteras.
En el paisaje de pueblos de casas coloridas pintadas en los verdes prados arropadas por las montañas, aparecen niños cortando leña o niños pelando la corteza de los árboles, mujeres paseando con una pañoleta en la cabeza, un palo en la mano y ataviadas con chaqueta de piel de los ’80, gente en bicicleta, perros corriendo a lado de un tractor, abuelos con la azada al hombro, campo, campiña, granjas, cerdos, colores ocre, burdeos, madera y una aventura a descubrir entre el verdor de sus prados y sus carreteras que serpentean entre el trigo, las ovejas, los caballos y la niebla que enmarca el cielo gris.
Tal es la fuerza de la naturaleza y la pureza de su aire, que diferentes rutas de senderismo recorren la región desde Varazdin a Trakoscan pasando por Ivaneo, Bednja, Lepoglava, Jesenje, Krapina y Macelj.
Al llegar a Trakoscan, la nada, el silencio, un puente, un lago artificial, un bosque replantado y diseñado al gusto de la familia, un pueblo de tejas negras y casas puntigudas, una Iglesia en la colina y camino arriba, en la cumbre, blanco e impoluto, el castillo.
Cuesta imaginar a los sirvientes, denostados, que a diario debían bajar del castillo cuando sus señores se quedaban dormidos para volver a subir antes de que éstos se despertasen. Tal era el desprecio de clases que éstos no podían compartir la misma habitación y, a pesar del frío del paraje, les hacían moverse por el castillo por los pasillos exteriores construidos en la muralla de habitación a habitación.
Lo magnifico se queda pequeño en este despliegue de medios, soberbia y grandilocuencia bajo la firma de la familia Draskovic. En sus no tan altas paredes y pequeñas puertas, el castillo crece en curva en cuatro plantas y pequeñas habitaciones de diferentes colores y funciones.
La familia, retratada en amplios óleos por los corredores de madera. Las estufas de porcelana en cada habitación, los libros centenarios y los tesoros familiares tales como piezas de la prehistoria, armaduras medievales o pianos del XVII.
Eco y acústica aún empleada hoy en conciertos de música clásica, tesoros al alcance de la mano que siguen vivos en estas fronteras del tiempo.
Por el contrario, árboles genealógicos y ocio a mansalva en una época diferente en la que la conciencia quedaba de lado, más aún que ahora y donde la casta, los privilegios y un calendario que habla de diferencias sociales marcaba los días: Caza, mucha y sólo permitida al rancio abolengo.
Las vistas, impresionantes desde celdas de fría piedra. La estancia más acogedora y humana, la cocina, donde a día de hoy se siguen celebrando banquetes, como en el día de los museos, cuando se prepara vino caliente.
Este es el castillo mejor conservado a día de hoy en Croacia. Vivo y palpitante celebra bodas católicas en su capilla y civiles en su terraza. A los pies del mismo, el Hotel Trakoscan y diferentes restaurantes, lo demás, naturaleza, pura y libre.
Hoy, sus gentes, humildes y de mirada tierna, agasajan con historias de corazón y herencia orgullosa. Sus platos, sus pueblos y su forma de expresarse revelan amor y compromiso, respeto y humanidad, una aprendida a base de tiempo, bajo el sonido de aviones de guerra que aterrorizaban a quienes hoy miran al vacío al recordar aquellos días: “Yo era sólo una niña y aún no he podido olvidar el sonido de la guerra, el miedo, la impotencia… no puedo imaginar cómo fue en regiones donde ésta fue devastadora. Sólo sé que es una sensación que te acompaña toda la vida. La guerra es injusta”, reconoce mi guía abriéndome su corazón y dejándome ser parte de su memoria.
Aquí los tiempos permiten la escucha y si el estrés intenta colarse por la rendija de la puerta, estoy segura de que las gentes de estas tierras, le harían entrar en su casa con palabras dulces, le sentarían en el sofá con una mantita y le harían una taza de té.
Fotografía y Texto por Rocío Pastor Eugenio.
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