Entre grandes árboles, flores de colores y una decoración algo colonial, el Bistró Jardín defiende su cocina desde 1996. Tras profundos cambios y evoluciones en las que adaptarse del gastronómico, la degustación a la carta, hoy el restaurante ocupa un punto de reunión en el que disfrutar de la pausa, la luz ambiental, la buena cocina, la conversación y la música que viaja del zen hasta la caída de las últimas notas de la noche pasando por un universo francés para acabar en el mismísimo Brasil.
Cocina mediterránea que habla de platos preparados con gran cantidad, sapiencia y creatividad. Luchando por la calidad y la ligereza, el viaje gustativo se inicia completo desde el aperitivo con aceite virgen extra y sal de Mallorca al postre de fresas estofadas, merengues y mascarpone en una carta plural y preparada.
Aconsejada por el desparpajo de Rafa Prats, los vinos mallorquines dejan notar su gran calidad, cuerpo y fortaleza, desde el blanco de pensal, al tinto afrutado con toque final de vainilla de Trispol de 2012, perfecto para el verano y para disfrutar del sentido del olfato, para terminar con un vino dulce de Biniagual, un moscato mallorquín para los postres refrescante y muy fácil de beber.
Y es que esta cocina habla del savoir faire y de los cinco sentidos, vista: con una presentación impecable; olfato: con unos aromas que ponen en marcha la imaginación; tacto: jugando con las texturas; gusto: saboreando cada uno de los ingredientes fácilmente reconocibles y combinados y el común oído con un coral: “mmmm….”
Tres conceptos de restaurantes complementados en una base común: la dieta mediterránea, de buenos productos, cuidado y pasión por la cocina.
Pero antes de terminar el artículo, te recomiendo los mejores platos del bistró.
Para comenzar, un gazpacho de cerezas con tomate y bogavante. Un plato precioso que habla del verano y seduce con su color manteniendo todo el sabor del gazpacho tradicional.
Sorprendente, las delicias de gambas al ajillo con lomo de caña. Una fusión muy del sur que une la tierra y el mar combinando en perfecta armonía dos sabores característicos que lejos de imponerse, crecen en paralelo.
Apostando por la ligereza el queso gratinado de cabra se suaviza con mermelada casera de tomate dulce.
El tartar de atún rojo, acompañado de vino tinto para beber, viene presentado con quinoa, rúcula, soja, lima y mostaza Dijon. Un plato lógico a degustar en conjunto.
Con cuerpo, una textura que se deshace y un sabor tierno y jugoso, la carrillera guisada de ternera al vino tinto con cremoso de espinacas y verduras y un fino toque de romero, hace las delicias de los comensales de todas las nacionalidades.
No es de extrañar que entre las mesas y en diferentes idiomas, los “gracias” y los “felicidades” acompañen rostros sonrientes de estómagos satisfechos.
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