Prads: Un Campamento Mongol en el corazón de la Provenza

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En los Alpes de alta Provenza, Prats encuentra su huequito entre altas montañas alternadas entre el verde, los pastos, sus recién repoblados árboles, extintos años ha por la tala indiscriminada, y las cumbres con motas de nieve y flores preciosas.

De campanario picudo, los colores tierra y piedra de sus pequeñas casas deja sentir el gusto francés por la gastronomía, la caza y el buen vino con recetas de cuchara y elementos que el medio provee convertidos en alta cocina y platos gourmet.

Saliendo del pueblo, hacia la montaña, un campamento de yurtas mongolas descansa bajo el cielo estrellado y la vía láctea, bajo la niebla que cae de las montañas y el rocío que despierta la mañana.

Con todas las comodidades de un baño al aire libre, una cama mullida y una estufa, las camas duermen en círculo facilitando el chi mientras por la mañana, las sillas metálicas de colores permiten un desayuno de confituras naturales como la de calabaza o tomates verdes, pan de masa madre, manzanas orgánicas y queso de cabra aromatizado con hierbas de la zona.

Pasear por los campos con un guía como Steven Duprez, es una experiencia sensacional. Experto en la zona, los caminos, la fauna y la flora, sabe  reconocer plantas medicinales, tóxicas y plantas para hacer infusiones a un sólo vistazo. Sin miedo a la naturaleza pero con el respeto debido, tocar cada elemento del entorno, olerlo, integrarlo y disfrutarlo resulta extraño para quienes ven crecer sus árboles entre lechos de cemento.

La evolución de las especies y la similitud entre las plantas y el ser humano habla de un ciclo continuo y conjunto que día a día vamos olvidando.

Para quien la ciudad representa su reino, el campo le hace sentir ignorante e inocente. Adaptarse al entorno natural es difícil una vez olvidados los orígenes, pero al mismo tiempo resulta sanador y necesario para encontrar el balance y la paz mental. El vacío y el amor que nace desde la entrañas de la tierra a la que pertenecemos.

Tras un paseo y unos días lejos de la contaminación del aire, uno aprende a sentir consciencia y parece obligado el respeto y la convivencia entre la pequeña araña y las grandes montañas que desde lo alto nos ven transitar por un mundo cada vez menos natural y más enfermo.

Abrir los ojos a la naturaleza nos hará crecer en humanidad y reflexión restando ego y ganando en bienestar.

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