Paseando por la Sierra de MontSerrat

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Fotografía y Texto por Rocío Pastor Eugenio.

Fotografía 100% libre de retoque digital. Como siempre aquí, en WOMANWORD.

Subir en coche desde Barcelona, recorriendo los montes, las verdes laderas y la majestuosa sierra, dejando a la derecha la roca foradada y a la izquierda el pueblo de Manresa hundido en el valle, hace que la llegada a Montserrat se vea repleta de tonalidades naturales que abordadas con los cánticos de las voces blancas de la escolanía del monasterio, hagan sufrir una experiencia religiosa a todos aquellos fieles que peregrinan hasta La Moreneta.

Antes de llegar a ella, atravesar el pueblo requiere, cámara en mano, realizar multitud de planos: picado, contrapicado, mirada al horizonte, foto para el Instagram donde los pies cuelgan del acantilado… al fondo un río, monumentos escalonados, arcadas que dejan ver el bosque y una sierra que crece escondiendo pequeñas capillas y cruces que se alzan orgullosas de haber coronado otra cima desde la que contemplar al mundo bajo sus pies.

Los mercadillos de artesanía gastronómica dejan probar queso de cabra, pan de higo, licor de avellana, de ratafia, sobrasada… para después aparecer ante un monasterio en el que sus visitantes hacen cola, a la derecha para dar la mano a la virgen y a la izquierda para poner una vela con sus deseos y peticiones.

Llama la atención la cantidad de colores y de luz que recorre el pasillo de la gruta de las velas. El silencio invade este lugar, abierto a la naturaleza, mientras las cabezas agachadas entornan los ojos, sonríen o dejan caer una lágrima en confesión secreta y comunión con su fé.

Cuando se atraviesa el portón, las figuras arquitectónicas y escultóricas hablan de un pasado medieval, de señores feudales, de nobles y de casta, no es hasta que uno entra en el monasterio que las imágenes religiosas se confunden con las obras de arte, los altos techos y la luz que tranquila repasa la escena.

Mármol, oro, colorido en las vidrieras. Rosetones, frescos, un enorme órgano y bancos de madera distribuidos por todo el espacio.

La belleza del lugar, tanto fuera como dentro de estos muros, transmite tranquilidad y sosiego. Una peregrinación o un viaje cultural que merece la pena realizar para conocer las costumbres de esta cima catalana descubriendo que, hasta en el rincón más perdido de la tierra, los seres humanos no somos más que humanos.

En este caso, WOMANWORD dejó una vela, más que para pedir, para saludar a una virgen bronceada que paciente, entrega su mano a aquellos que, ante ella, se arrodillan suplicantes.

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