Descubriendo la vida en Tasselt

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Fotografía y Texto por Rocío Pastor Eugenio.

Fotografía 100% libre de retoque digital. Como siempre aquí, en WOMANWORD.

Tras recibir un jabón de argán bereber realizado de forma artesanal por la cooperativa de mujeres Commune Ounara, el planning de hoy nos permite relajarnos y conocer el día al día de un pueblo bereber, de sus gentes, sus actividades y sus sueños.

A pesar de la pobreza, la cultura de este pueblo se basa en la alegría y en la tranquilidad. Generosos, comparten con nosotros cuanto tienen, que no es mucho.

Desde los tejados, se divierten en contemplarnos, viéndonos pasar con nuestras extrañas ropas y nuestro pelo suelto. Caminar entre sus caminos empinados y abruptos es una odisea para nuestros desacostumbrados y equipados pies que a los lugareños entretiene observar.

La felicidad coronada por la falta de ambición y un pensamiento que no fluye más allá del hoy les permite vivir la pausa, el tiempo, el paisaje. Para nosotros, disfrutar la pausa y ejercerla paciencia se torna difícil, sobre todo a la hora de la siesta, obligatoria debido al calor de julio, nuestras preguntas, nuestras inquisitivas cámaras y nuestras ágiles libretas se irán calmando con el transcurso de los días aprendiendo a interiorizar lo vivido más allá de la instantánea.

Tras un desayuno abundante y exquisito a base de aceite virgen, mantequilla líquida, miel natural y té, las niñas de la familia, las pequeñas Salima y Jadija, que aunque hija de los vecinos, pasa el tiempo con nosotros, suben a recoger el agua de la fuente cargando en sus pequeñas espaldas de 5 y 7 años, 20 kilos de agua en una garrafa sujeta por una cuerda de esparto. En su cultura, la mujer es fuerte y trabajadora, mientras ellas ya comienzan a formar parte de las duras y poco agradecidas tareas del hogar y del campo, los niños aprenden a pastorear conjugando esta tarea con los juegos infantiles.

Nosotros, nos ponemos en marcha con la hija mayor de la familia, Wardia, quien con sólo 15 años se encarga de la siega y la alimentación y el cuidado de la vaca de la familia, además de otras tareas domésticas. Ella no ha estudiado y confiesa tímida ante la mirada de su padre y los demás hombres de la familia, que le encantaría hacerlo, su sonrisa se apaga intentando no ser descortés, pues sabe que su sueño nunca se hará realidad, mientras ojea interrogativa una revista de viajes en la que las fotografías y los garabatos que imitan letras le transmiten historias que no comprende.

Ella, nos enseña a segar, a disfrutar del día, tranquila, bajo la sombra de un olivo en lo alto de la colina, vislumbrando de lejos el pueblo, libre por unos instantes de ser quien quiera, cogiéndonos la mano en su universo personal tan inmenso como su sonrisa.

Al llegar a casa, Jamâa, la madre, nos abraza y con cariño nos lleva a la cocina, comparte con nosotros en una lengua que no existe, la que inventamos entre nosotros, sus tradiciones, sus recuerdos felices, sus tesoros más preciados, como el pan que amasa con sus manos cansadas o  su precioso vestido de boda. Nos enseña a cocinar y a ser madre, una madre de siglos que abraza, cuida y toca el corazón.

A la hora de comer, Houcine, el padre, nos prepara la mesa y siempre cordial y dispuesto nos sonríe y nos brinda todo lo que necesitamos. A pesar de su cultura musulmana, ayuda en la cocina y trata con amor y respeto a su mujer, a quien escucha, valora y alaba.

Al caer el sol, paseamos por el pueblo conociendo a sus vecinos, quienes entre todos forman una comunidad que se ayuda, que se conoce. Una familia más allá de los muros de piedra, una comunidad que convive y palpita a la par.

La inocencia de estas gentes me sorprende y me acoge. Los niños, juguetones, me cogen el pelo, “pelo de trigo”, me llaman y picotean buscando una sonrisa en respuesta a la suya. Despacio y cerquita, mi nariz se pone a la altura de la suya, un niño de 8 años, el más malo de la pandilla, el más valiente, el más decidido. Sonriéndonos muy cerquita nos miramos frente a frente, poco a poco, desciendo por mi nariz mis gafas de sol hasta quitármelas completamente, tengo los ojos cerrados y siento cómo me observa. De improvisto, los abro y le miro comprobando cómo su expresión alegre se transforma en sorpresa llegando incluso a dar un salto hacia atrás, parece que hubiese visto un fantasma cuando lo único que ha hecho ha sido enfrentarse a unos ojos grises. Entre risas nos abrazamos, todos, él, yo y el resto de niños del pueblo que no han perdido detalle de la escena.

Una comunidad que palpita al unísono desde hace siglos y que perpetúa en el espacio una cultura de colaboración y tradiciones, que ahora brindan a quienes, a pesar de sus diferencias, se acercan a ellos con respeto y generosidad.

Todos los textos e imágenes tienen derechos de autor. All Rights reserved.

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7 comentarios

  1. Desde mi cotidiana rutina, eres capaz de trasladarme a la aventura de tus vivencias, a percibir la esperanza en los ojos sonrientes de los niños , a adivinar el orgullo del saber en las manos de las mujeres.Un mundo paralelo que enriquece los sentimientos.

  2. Me haces viajar con tus comentarios y tu acertada fotografía que gracias a ella reflejas la cotidianidad, la vida de sus gentes, el colorido, la razón de ser de sus paisajes, es un visita obligada consultar tu revista WOMANWORD, CADA DÍA TE HACES MAS NECESARIA.

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