De Marrakech a Tasselt

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Fotografía y Texto por Rocío Pastor Eugenio.

Fotografía 100% libre de retoque digital. Como siempre aquí, en WOMANWORD.

Tras recibir baraka de una vieja, que sonríe sin dientes, mientras sujeta tus manos con el amor de la madre tierra y hacernos con la Cruz del Sur, un colgante de plata con el cual leer las estrellas y lograr guiarte en la noche marroquí, partimos en dirección al primer trekking: De Marrakech a Tasselt.

Tras desayunar de forma copiosa, el minibús nos lleva hasta el Valle de Ourika, donde los arrieros nos esperan con sus bellas y fuertes mulas para cargar nuestras mochilas y llevarlas hasta nuestro destino: el pueblo de Tasselt, donde conoceremos y viviremos con una familia bereber.

Tras comprar provisiones en un pequeño pueblo cargado de sandías y arropado por el bosque y el Atlas, nos ponemos en marcha, embadurnados de crema para ascender hasta un 1600 metros recorriendo los caminos del Puerto de Tazgart.

Sus colinas, sus montes y sus valles parecen encaramarse para saludar a los caminantes mostrando su mejor sonrisa: el negro volcánico y las higueras de canarias, el magnesio, el hierro y el cobre, el verde de sus olivos, el verde y el amarillo de sus piedras, sedimentos, restos marinos, el Toucan y el Mgoun en la corona, canciones de amor arrulladas durante el camino con el lenguaje del tiempo, niños que sonríen inocentes, felices, niñas que con sus manitas de henna disfrutan abrazando a quienes transitan durante unos minutos por sus propios caminos de polvo y tiempo. Mujeres que ocultan sus sonrisas coquetas con sus manos ajadas del trabajo duro y hombres que desde las ventanas saludan imperiales cediendo una carcajada sincera. Aquí se habla el idioma del tiempo, del tiempo y del sol.

Abrir la mente resulta imprescindible, renunciar a las comodidades y sublimar la humanidad y la naturaleza son imprescindibles para un viaje en el que la aventura es conocer, acercarse a otra cultura, a una forma de vida paralela en un mundo sin agua corriente, sin prisas y con reglas diferentes que abre sus puertas al visitante que bajo el respeto comparta por un instante sus vidas.

Paso a paso, la primera parada nos deriva a un verjel, a un campamento improvisado en el que el río fluye, las plantas se elevan proporcionando sombra y las esterillas sirven de colchón improvisado para una siesta bajo el calor de las horas más fuertes.

Los pucheros resuenan y el olor del tabulé, del cous cous, del y del pan recién hecho nos embriaga. Bebemos agua y comemos la comida que Ali el cocinero nos ha preparado siguiendo las indicaciones de las clases de cocina y su propia maña en la cocina tradicional de su pueblo. Resignados y siempre amables, el equipo que en ramadán no puede comer ni beber hasta que se ponga el sol y los cantos coránicos inunden el valle, nos sirven contentos los manjares que han preparado.

Tras un merecido descanso continuamos el camino descubriendo una senda serpenteante y prodigiosa. Los parajes del Atlas marroquí juegan con la imaginación y descubren diferentes apreciaciones.

El último esfuerzo llega con la última montaña, arenosa y de complicado ascenso para quienes estamos acostumbrados a la rigidez del asfalto.

Una vez en la cima, Tasselt saluda. Sus habitantes nos observan mientras cruzamos la escuela coránica, el riachuelo, nos cruzamos con niños con camisetas del Barça, mulas de piernas atadas, ovejas y sus pastores, mulas y hasta con el mujir de las vacas.

La agricultura y la ganadería como forma de vida. Familias cuya pertenencia más valiosa es una vaca de la que sacan leche y mantequilla. En el pueblo nos reciben con un partido de fútbol, el que juegan los hombres contra las aldeas vecinas; y con las idas y venidas, las de las mujeres y niñas que bajan el agua de la única fuente del pueblo encaramada a la colina.

Subimos las calles de polvo y piedra hasta llegar a la que será nuestra familia. A pesar de nuestro aspecto cansado y el sudor del camino, nos recibe con cuatro besos, un apretón de manos, una mirada que envuelve en luz y un abrazo sincero que te hace sentir, a pesar de todo, que estás en casa.

 

Fotografía de/ por Rocío Pastor Eugenio. WOMANWORD

Fotografía de/ por Rocío Pastor Eugenio. WOMANWORD

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7 comentarios

  1. pfff que viaje que foto que palabras, eres una verdadera maquina niña rubita de gafas gigantes, lo que tienes dentro de ti es especial. Gracias por hacernos el mundo un poquito mas bello con esta revista que es tan tuya y tan bonita.

  2. WomanWord,leerte es viajar, conocer nuevos horizontes, otras culturas.Tus fotografías…da pudor mirarlas, tan reales, como si les robara un poquito de su alma a los protagonistas.

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