Llegar

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Fotografía y texto por Rocío Pastor Eugenio.

Fotografía 100% libre de retoque digital. Como siempre aquí, en WOMANWORD

Volar en avión puede ser toda una aventura para aquél que sea capaz de abrir los ojos y empaparse de todo lo que le rodea.

El primer paso es la compra de los billetes, online o por teléfono, elegir un destino, una fecha y empezar a soñar.

Cuando el día marcado se acerca, la preparación de la maleta se torna un puzzle de 5.000 piezas que montar, como siempre, en el último momento: neceser, ropa de abrigo, paraguas, zapatos, un vestido mono por si salgo, unos vaqueros de más por si, el jersey de rayas por si… y demás “por sis” que consiguen que para cerrar la maleta tengamos que sentarnos encima.

Después, el cálculo de las horas de antelación con las que llegar al aeropuerto escatimando en segundos e intentando curarnos en salud.

Una vez en el aeropuerto y sin huelgas de por medio, facturamos, tras recorrer Barajas o cualquier otro aeropuerto, buscando el mostrador indicado, hacer la cola, cruzar los dedos para que no se pase del peso máximo permitido y buscar la puerta de embarque.

El siguiente paso es uno de los más desagradables: embarcar.

Aunque su nombre suene bucólico, lo cierto es que es una experiencia terrible, las largas colas terminan en diferentes guardas de seguridad que observan con ojos vigilantes mientras uno saca como puede el ordenador de la bolsa, se hace con cuatro cajoncitos de plástico diferentes en los que colocar con cuidado el abrigo, el bolso, el portátil, el cinturón, la bufanda y por último, las botas  mientras se pasea descalza o descalzo de un lado a otro de la puerta del “pi”.

Una vez consigues atravesarla, tras haber acertado la pregunta de la esfinge, intentas recuperar todas tus cosas y calzarte con la mayor dignidad posible.

Ahora sí, esperanzada, buscas tu vuelo en la pantalla y te diriges a la puerta de, por fin, embarque.

En este momento, te deleitas recorriendo las tiendecitas duty free hasta sentarte a observar  a tus compañeros de viaje: niños que hablan a decibelios que deberían prohibirse, madres que les sueltan a corretear y molestar “a otros” mientras disfrutan del Telva, ejecutivos con prisas, móviles y paseos nerviosos; jóvenes con cara de sueño escondidos debajo de sus cascos de música, pijas con gafas de sol y tacones… y tú, gafas avizor observándolo todo y anotando rasgos en tu libreta.

Después, aparecen los azafatos y azafatas, siempre hablando de fiestas y riendo entre ellos. Repiten el mensaje en español y en un inglés rapidísimo y de repente, en cuestión de segundos una fila humana aparece ante tus ojos.

Subes al avión, buscas tu asiento, subes la maleta de mano, apagas el móvil y esperas.

Esperas.

Esperas.

Y el avión se pone en marcha hacia la pista de despegue. Todos se han abrochado el cinturón de seguridad y están en silencio. Silencio palpable, cortante que aumenta a la misma velocidad que el motor del aparato en el que vas a subir al cielo y cruzar fronteras.

Despega y tu cuerpo se desplaza en el asiento, cabezas bajas unas, otras miran por la ventana. Labios apretados, hasta los del niño que no dejaba de gritar, enmudecidos.

A los minutos suena el clin y los clicks de los cinturones comienzan a piar. Ahora, el avión se transforma en centro comercial y te ofrecen con voz de telecupón desde el menú de abordo pasando por toda clase de perfumes, joyería, literatura… hasta cigarrillos sin humo y cupones de la compañía. Impresionante.

Hasta que llega el aterrizaje, el vuelo transcurre tranquilo entre cabezaditas y lectura. En ese momento, uno no es muy consciente de cuán cerca está del suelo. Así, el conflicto entre la posibilidad de morir y la travesía se torna más ligero y es por eso por lo que algunos sienten ese impulso feliz de aplaudir en cuanto el avión toca la tierra: Es el símbolo de que han llegado a su destino sanos y salvos.

Así y todo, volar es una experiencia a la que merece la pena enfrentarse, sobre todo si lo que te aguarda tras semejante recorrido es una vista como esta, una experiencia única y una sensación que te embarga y te define.

Fotografía de/por Rocío PastorEugenio. WOMANWORD

Fotografía de/por Rocío PastorEugenio. WOMANWORD

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