Un trozo invisible de este mundo

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Por Rocío Pastor Eugenio.

Ayer asistí a la que creo una de las mejores obras de esta temporada: Un trozo invisible de este mundo.

Consternada intento expresar sobre el papel el afluente de emociones y sensaciones que se han quedado prendadas en mi piel. Las miradas perdidas del auditorio al dar la luz de sala, los aplausos con los asientos plegados tras de sí, las lágrimas indignadas asomando a unos ojos demasiado acostumbrados, ciegos, deslumbrados.

Historias conocidas, ignoradas a sabiendas se dan cita sobre el escenario de las Naves del Español en el Matadero de Legazpi. Juan Diego Botto ha escrito un texto en el que esas historias, esas palabras que viajan entre oídos ensordecidos por un progreso deshumanizado, encuentran una vía de escape. Cuál virus, sus diálogos, monólogos y disertaciones van calando, poco a poco, como un virus. El virus del conocimiento, la razón y el pensamiento crítico. Las mejores gafas situadas sobre los ojos de aquellos que decidan aprender a mirar, a vivir y a ser.

La puesta en escena acompaña los sinsabores de números acumulados, de memorias perdidas cual maletas en un viaje doloroso, en una vida injusta, en una sociedad paralizada.

La interpretación supera las barreras del personaje. Juan Diego Botto no interpreta, Juan Diego Botto es cada uno de los hombres que sobre la escena hacen real historias vividas, reales de por sí, acalladas a golpes y maltrato. Da forma y realidad a personas, a seres humanos cualquiera, a padres de familia, a sobrinos de, hijos de, maridos de… personas reales olvidadas que dejaron atrás la risa, el baile y la ilusión por crear caminos forjados a base de hipocresía en la que la búsqueda de un futuro mejor, de un presente mejor, hastía y acorrala.

Junto a él, alternando la escena, Astrid Jones. Su ternura, su ilusión, su voz, sus dobles personajes y su retrato sincero de otra realidad, acunan los corazones de quienes la observan con un nudo en la garganta y la parálisis de la impotencia a sabiendas de cómo la realidad siempre, supera la ficción.

Cinco personas aparecen en la escena mediante estos dos actores contando sus vivencias, sus experiencias, su exilio, su migración, su desgaste, sus esperanzas, sus sueños y su amor.

La ironía que cala, la demagogia que aliena, números que ordenan y cosifican, realidades paralelas, una desigualdad aceptada y un espacio abierto a la reflexión. El teatro como transmisor de cultura, reflejo social, crítica explícita, arte, humanidad y espejo.

Una libertad que no llegará hasta que cada uno de nosotros no sea capaz de pronunciar la palabra “yo”, pensando en “nosotros”.

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2 comentarios

  1. flor silvestre on

    WomanWord vivimos en una burbuja irreal para protegernos de la realidad, sé que no debería ser así, por eso me gusta leerte, porque con tus artículos haces entendible la verdad.

  2. Sobrecoge. Una obra que te hace sentir todo tipo de sensaciones, que hace bajar a la realidad a quienes se hayan subido uno cuantos palmos del suelo. Te empapa de verdades y realidades que te acercan más al ser humano.

    Estudiado al milímetro cada detalle, incluso la elección del lugar de representación: El Matadero y no otro teatro cualquiera de Madrid. Fue entre otras muchas cosas lo que pude decir tras verla.
    Durante un tiempo te quedas sobrecogido, como si hubieran trastocado algo, como si hubieran tocado una tecla, que te hace detenerte y pensar.

    Una obra con la que ríes, empatizas, lloras, te emocionas, sobrecoges, te indignas, reflexionas e incluso te analizas a ti mismo y a la gente que te rodea. Reflejo de la situación actual, esta obra se convierte en el medio que perfecciona la crítica a las atrocidades del hombre llevadas a cabo hoy y en el ayer.

    La interpretación de Juan Diego Botto es suprema, reflejo de una interesante madurez; y la de Astrid Jones, espectacular, un cambio de registro y una voz que se pegan en la piel. Ambos consiguen que el mensaje y los sentimientos de amor, odio, rabia, soledad, injusticia, humanidad y repulsión por el mundo construido calen hasta el tuétano de los espectadores.

    La puesta en escena, la iluminación, la disposición del escenario y el sonido hacen que el público viva cada uno de los personajes que representan los dos actores. La interacción con el espectador es un camino que Juan Diego Botto comienza a andar en el momento en que los acomodadores te dan el programa. La pegatina, un número…Nada más caer en tus manos, sientes que algo interesante está por llegar.

    Sin duda, una obra que te toca el alma, que quita el sentido durante un tiempo, que cala y te hace mirar a tu alrededor de una manera diferente.

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