El Paraguas de Diana Fernández para WOMANWORD

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Introducción de WOMANWORD

No son pocas las apreciaciones, dichos, supersticiones y la historia en sí que rodea el mundo del paraguas y de las sombrillas. Hoy la historiadora Diana Fernández, nos ilumina con éstas breves notas sobre este complemento.

“Quien abra un paraguas en día soleado estará invocando, cual anónimo chamán, a la lluvia. Abrir un paraguas en el interior de una casa o en un recinto cerrado provocaría mala suerte, inclusive la muerte”.

“Si el paraguas se nos cae, anuncia una decepción en el plano amoroso o de los negocios. Si quieres evitar este riesgo, que sea otra persona quien lo recoja”.

“Si a un paraguas se le da vueltas abierto, espanta la suerte y si, llevado por el viento, se vuelve hacia atrás, también”.

“Si se olvida en algún lugar el paraguas, es señal de que el destino le tiene reservada una agradable sorpresa”.

Elemento utilitario donde los haya, es inevitable recordar las referencias a supersticiones relacionadas con el paraguas. Quizá estas atribuciones se deban a su uso como protección ante las fuerzas de la naturaleza o por la relación con su hermana complementaria, más adulta y cuyos orígenes se vinculan al mundo oriental donde estuvo dotada de una carga simbólica y de poder: la sombrilla o quitasol.

La sombrilla es originaria del Oriente, su uso se remonta a Mesopotamia, aproximadamente en el siglo IX a.C. Relieves de alabastro del palacio de Nimrud, de Nínive, que datan del año885 a.C. nos muestran al emperador de Asiria en su carro de guerra y a su espalda un criado con una sombrilla para protegerlo. En Egipto, tanto los faraones como los dioses se representaban protegidos bajo amplios quitasoles; en Persia, China y Japón, también fueron utilizados desde la antigüedad.

En la Grecia clásica continuó el uso de la sombrilla, reproducida tanto en las pinturas de los vasos griegos como en los espejos metálicos etruscos. Con ella se protegían las ofrendas que los fieles llevaban a los dioses así como a las mujeres en sus paseos, pero consideraban afeminado el parasol, que rara vez utilizaban los hombres.

En Roma, su uso fue similar, enriquecidas en su elaboración, al fabricarlas en seda púrpura con aditamentos en oro, utilizando para el mango marfil incrustado en piedras preciosas.

Con el poder dela Iglesia en la Europa medieval, la sombrilla fue utilizada más que como objeto práctico, como símbolo de categoría y poder. Los Papas se reservaron el derecho a su uso. En las procesiones solemnes y en las grandes ceremonias acompañaban al sumo pontífice dos portadores de sombrillas: uno la llevaba abierta y otro cerrada, simbolizando la dignidad religiosa y la profana, indistintamente. La corte papal es la única que ha conservado, hasta nuestros días, el quitasol como muestra de prestigio y poder.

Según las interpretaciones que se han hecho de algunos autores latinos, las primeras noticias sobre el paraguas provienen de Roma. Virgilio habla sobre una sombrilla confeccionada con cuero y Marcial, en el libro XIV de sus epigramas, escribe: “No olvides de llevarte el paraguas cuando salgas con buen tiempo, para tenerlo contigo cuando haga malo”. Se dice que fueron las romanas, con su fiesta del parasol, las que iniciaron la práctica de aceitar sombrillas de papel para impermeabili­zarlas. Era la primera evolución hacia el paraguas.

Hasta la Italia del Renacimiento se pierde el rastro del paraguas y la sombrilla. Montaigne, durante el viaje que hizo por Italia en 1580, observó que las señoras llevaban siempre en la mano una sombrilla cuyas ventajas no alcanzaba a ver el filósofo, señalando: “las sombrillas de que se sirven en Italia desde los tiempos romanos dejan el brazo más cansado que protegida la cabeza”.

Su uso continuó, aunque de manera no generalizada,  en el siglo siguiente. El entonces Delfín, futuro Luis XIII, rey de Francia, era acompañado por un paje con paraguas durante sus paseos por el parque, en los inicios del siglo XVII. Se conoce que otros personajes de la alta sociedad francesa e inglesa lo utilizaron a lo largo del siglo, siempre sostenido por un criado o sirviente. Este dato y otros advierten que tanto el peso, como la manipulación de estos primeros paraguas, limitaban una mayor generalización de su uso. Su estructura era de madera y pesaba aproximadamente 2 kilos.

Existía también otra razón para que no fuese hasta el siguiente siglo cuando se difundiera el uso de este accesorio. Los miembros de la aristocracia que salían de sus palacios en carruajes, no necesitaban ningún tipo de protección para el sol o la lluvia y si precisaran cubrirse en sus cortos paseos por los jardines, allí estaban los sirvientes para sostener cualquier artefacto, por incómodo que resultara.

Habría que esperar a que la influencia burguesa comenzara a entrar en la moda y a socavar las costumbres de la sociedad aristocrática francesa: centro de donde emanaban los patrones de conducta y del vestir para el mundo entero. La aristocracia, desde sus carruajes, había controlado la moda durante siglos; la burguesía, que marchaba a pie, comenzaba su carrera imparable e iba ganando cada vez más terreno en el orden social y espiritual. Para los cortesanos, el paraguas nunca dejó de ser un objeto curioso y divertido; para las clases trabajadoras, comenzó a ser indispensable.

Es así como, a partir del siglo XVIII, se intensificó la fabricación de sombrillas y paraguas, convirtiéndolos en accesorio común a tener en el guardarropa y pasando a ser gradualmente artículo de moda. En Francia se elaboraban artesanalmente y se vendían de casa en casa. Se conoce que existió en el París de 1769 una sociedad dedicada a prestar paraguas a los transeúntes de Pont-Neuf.

Los británicos, aunque parezca contradictorio, tardaron más en generalizar el uso del paraguas. Se le atribuye al viajero y filántropo Jonas Hanway (1712-1786) la introducción de su utilización como elemento respetable, sobre todo para los hombres. Fue el primer inglés que no salió nunca sin él durante los últimos 30 años de su vida, tanto si llovía como si lucía el sol y, aunque siempre atraía la curiosidad exponiéndose a burlas y críticas de todos los que a su lado pasaban,  logró, antes de su muerte, que los británicos dejaran de considerar a este accesorio como afeminado y exhibieran sus paraguas en días lluviosos, identificándolos, al inicio, como hanways en su honor.

Una vez generalizado su uso, el paraguas comenzó a sufrir modificaciones en su estructura, algunas de ellas con resultados incómodos y de poca duración. Se le dio forma plegable en su mango, para poder utilizarlo como gran abanico; se alargó en extremo para ser utilizado también como bastón; se fabricaron otros de tamaño intermedio para su indistinto uso como parasol y paraguas (lo cual resultaba demasiado pequeño para proteger de la lluvia y excesivamente grande para quitar el sol).

En el siglo XIX ya se fabricaban paraguas industrialmente y todos los esfuerzos se concentraban en aligerar su peso. Con la propuesta de un obrero londinense –Samuel Fox, devenido en millonario con su invento- de sustituir la pesada armazón de ballenas por finos aros de acero, se estableció la estructura definitiva de este accesorio, el cual se sometió también a mejoras en el tejido: algodón, seda, alpaca, sustituyendo al pesado hule utilizado hasta el momento. Era usado tanto por las altas clases como por la clase media. Al duque de Wellington no se le vio nunca sin paraguas, en el Museo del castillo de Rosenberg, en Copenhague, se conserva como reliquia el enorme paraguas que perteneció a Federico III de Dinamarca. Símbolo de cortesía varonil, este accesorio asumió también una función dentro del galanteo.

Con el siglo XX y a raíz de innovaciones en la moda y los textiles, surgieron las gabardinas e impermeables de diversos tipos como opción ofensiva contra el “antiestético” paraguas. Pero no se logró eliminar su uso, ni con la introducción de las diversas variantes de prendas de plástico que garantizaban la impermeabilidad.

Hoy día, la cantidad y variedad de ofertas de paraguas en el mercado, es infinita. Ya no hay por qué limitarse a los negros o de colores lisos que antes existían.

Ahora los hay de todos los diseños imaginables y hasta de personajes, ya sean infantiles -como Hello Kitty o Pikachu- o de adultos, inspirados en famosos artistas de cine. Si desea hacer una inversión, puede comprarlos de marca como Hermés o Fendi.

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