Viejos Tiempos de Harold Pinter serán recordados en la sala pequeña del Teatro Español gracias a la visión de su director, Ricardo Moya (a quien viésemos en Una luna para los desdichados), que ha sabido ver en ésta obra: “momentos cotidianos, banales, autoindulgencia, tedio, odio, rechazo, control, desmembramiento… Los viejos tiempos acaban con el primer error que permanece inalterable en el recuerdo”.
Por su parte, el autor y premio nobel, comparado con Sófocles o Esquilo, reconoce que el tiempo le sobrecoge, le obsesiona de una forma tal que pasado y futuro se tornan un mismo concepto: “Presente. Uno lleva todos sus estados en su interior hasta el final”.
No es la primera obra que vemos en el Teatro Español sobre este autor, la anterior El Montaplatos, fue representada por unos grandiosos Guillermo Toledo y Alberto San Juan. De nuevo, el paso del tiempo era palpable al igual que las relaciones creadas bajo el mismo. Todo lento, pausado, diálogos bien hilados y personajes cuyo interior evoluciona a los ojos del espectador.
Una misma dinámica la elegida por el autor para sus obras, una herramienta eficaz que muestra al público las diferentes formas de enfrentarse a la vida y, cómo no, al tiempo, de otros seres humanos. Un ejercicio indispensable, el de enfrentarse a realidades diferentes bajo un prisma, una ventana que sólo permite el teatro.
Así, con esta esencia y sobre una escenografía aséptica, funcional, un salón que podría ser muy confortable, pero no lo es. Intimista, silenciosa y pausada, se crea un drama triangular desarrollado por tres grandes intérpretes que saben llevar la acción a extremos personales y estudiados.
Por un lado, una increíble Emma Suárez, a quien ya viésemos convertida en la misteriosa Mademoiselle Simone en La Avería. Ahora, se convierte en una Marilyn Monroe encantadora, seductora, apasionada, inteligente, sofisticada e inocente. Sin duda, un pasado halagador y lisonjero.
Por otro lado, José Luis García-Pérez, a quién también pudimos ver en La Avería junto a Emma. Ahora, su personaje le lleva a convertirse en un sincero, mezquino, impulsivo y analítico marido, un presente realista y conciso. Competitivo, fuerte, decidido y obsesionado por llevar el control.
Y en medio de ambos, Ariadna Gil, la encargada de abrir la obra con una palabra: “Oscuro”. Éste es el resumen perfecto de las almas de sus participantes. El resumen de lo que se va a contemplar a continuación, durante una hora y media: Oscuridad. Destellos de luz, eso sí, pero las relaciones que se establecen en ese comedor tras 20 años de distancia, están muy lejos de ser un reencuentro deseado. Se convierte, más bien, en un espejo irrsfutable.
Pasado y presente luchan encarecidamente por gozar de los favores del futuro. Cada estado del tiempo es interpretado por uno de los personajes: el dulce pasado, en el que todo fue sencillo y se recuerda con alegría e ilusión. El pragmático presente, racional, objetivo y sagaz y por último, el místico y soñador futuro, volátil, etéreo, intangible, pero a la vez, lleno de fuerza en un porvenir inevitable.
Así, en estas premisas evolucionan sus tres participantes de una manera espectacular, interior y reflexiva. Dejando ver luces y sombras que en sus silencios otorgan más información que en sus elaborados diálogos, ruido de la mente para espíritus atormentados.
Un gran montaje que no te puedes perder.
Desde WOMANWORD, Felicidades.
1 comentario
Gracias por tu crítica, la estaba esperando, aunque tengo que confesar que pensaba ir a verla de todos modos, soy un admirador de la sonrisa de Emma Suárez, de su personalidad y de su trayectoria teatral que la convierte en auténtica, tus comentarios son como siempre un hallazgo, sigue así no desfallezcas, te necesitamos.