De ratones y hombres

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Por Rocío Pastor Eugenio.

Maravillada. Así salgo después de ver De ratones y hombres en el Teatro Español de Madrid. La dirección ha corrido a cargo de Miguel del Arco, quien, de nuevo, sorprende con un espectáculo en el que se combina de manera excepcional, la luz, la fotografía, la escena y el audiovisual.

Detallista y cuidada, la obra de John Steinbeck adquiere una dimensión perfecta en la que se pone contra las cuerdas una situación actual en la que el hastío, el dolor y la soledad dominan las vidas de estos personajes desheredados, a quienes se les ha robado la tierra, lo básico, hasta la humanidad.

Diez actores sobre las tablas. Nueve hombre y una sola mujer sin nombre representada por Irene Escolar. Su personaje personifica una mujer cuyos sueños se han visto frustrados, el amor negado y su único deseo es que alguien pueda escucharla y prestarla atención.

Pese a la oscuridad en la que viven, la luz de la esperanza luce tímida entre los deseos de libertad y autosuficiencia. Ellos llegan de la mano de la amistad y la lucha de George y Lennie interpretados por un sensible, natural y certero Fernando Cayo y por Roberto Álamo cuya mención en este texto debe ser subrayada. El trabajo de expresión corporal y veracidad en su actuación reflejan el trabajo duro y constante que le ha llevado a hacer posible la magia del teatro: su desaparición y la construcción de una persona nueva, ajena a él mismo, con tal realismo que el público olvide que está viendo una obra de teatro.

 A ello colaboran sin igual el resto del reparto: Antonio Canal, Rafael Martín, Diego Toucedo, Josean Bengoetxea; el cruel Carlson, ajado y endurecido de Eduardo Velasco; con un gran trabajo de expresión corporal y su especial muestra de espinas clavadas en un alma que ansía la compañía y el trato humano, Emilio Buale y Alberto Iglesias.

Una historia que puede estar situada en cualquier lugar, en cualquier tiempo. Una realidad en la que el ser humano tiende a dejar de serlo tras los prejuicios, la supervivencia y las clases.

Dos horas de trabajo cuidado y medido que engancha hasta tal punto que el espectador olvida estar sentado en una butaca en un teatro de Madrid. Todo alrededor se evapora hasta que se encienden las luces y los aplausos bañan la sala y lo más sorprendente es que, de camino a casa, una esencia queda dentro de uno mismo y va, poco a poco, desenmarañando puntos en común con la propia existencia. Un teatro cargado de reflexión y unas tablas cuidadas en las que todo se conjuga para hacer MAGIA.

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3 comentarios

  1. WOMANWORD como siempre una gran recomendación que hace que se me salten las lágrimas y no quiera perderme esta obra. Gracias

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