Dominguera

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Por Rocío Pastor Eugenio.

 

 

Hoy domingo una buena amiga me ha hecho madrugar -y cuando digo madrugar no es sólo una expresión-, para ser las primeras en llegar a La Boca del Asno, un recóndito lugar a un paseíto en coche por la verde y serpenteante carretera de montaña entre la capital y Segovia.

“No podemos llegar tarde que luego no cabe un alfiler”. Así de segura y tajante me presentó el discurso madrugador. Yo, que nunca había estado en esta parte de la sierra, me até los machos y preparé mi mochila con todo lo necesario para un día de campo: crema, peine, diferentes tipos de calzado (una nunca sabe lo que habrá de pisar), una manta para tumbarnos sobre las hojas de pino, biquini, agua y por supuesto, la tortilla de patatas.

El camino en el coche ha sido espectacular pero lo más espectacular ha sido llegar al aparcamiento y encontrarnos con sus amigos parisinos de intercambio. Eso sí que es glamour para pasar el domingo y lo mío, tonterías.

Como ya era tarde para peinarme y cambiar de camiseta… decidí apostar por la naturalidad, esa gracia que todas poseemos y que nos hace únicas (y quien no sepa verlo que le den).

Tras demostrar mi agilidad saltando raíces y mi rapidez en la toma de decisiones sobre qué camino tomar o dónde dejar la mantita, mi valentía no dejó lugar a dudas al lanzarme al agua sin pestañear.

Aquí es donde debo parar y hacer un inciso: no hagáis esto sin comprobar antes que el agua de manantial que fluye por los ríos de la sierra está a una temperatura que hace que los miembros se sonrojen y la sangre tenga cierta dificultad para llegar hasta el cerebro.

Como pude, recompuse la figura intentando que no se notase que tenía ganas de llorar al haber pisado un pedrusco malvado lleno de musgo y repleto de afiladas aristas.

Muy simpática reconduje la situación a mi favor durante la comida, hablamos de muchos temas fusionando diferentes idiomas. Sus anécdotas sobre la capital de la moda me inquietaban y entretenían y aunque aún no termino de entender muchos chistes franceses puedo afirmar con total seguridad que esa mueca al sonreír y el hoyuelo izquierdo del rubio parisino tatuado con gafas de sol estilo retro, ¡eran de lo más chic!

Tras la siesta dominguera bajo el rubor de los pinos zarandeados por el viento, mi amiga y yo fuimos a dar un paseo en busca de nuestros bellos amigos.

Nunca y repito, NUNCA. Vayáis en busca de dos personas que se internan en el bosque porque creedme, buscan intimidad. Tanta pasión por Tom Ford y Marc Jacob se debía a algo más que a sus diseños.

Si he aprendido algo de este viaje, además de la belleza de la naturaleza y lo necesaria que es la paz y el sosiego en nuestra ajetreada vida de urbanitas, es que la naturalidad y el ser tú misma o tú mismo es lo más importante y lo más bonito que hay. Disfruta de tus días y abre tu mente y tu corazón, la belleza está allá donde mires y si estas a gusto y relajada, la apreciarás en todo su esplendor.

¡Menudo hoyuelo!

 

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