Madrid: multicultural y refrescante

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Por Rocío Pastor Eugenio

Me muero de calor. Esto es lo primero que pienso al levantarme por la mañana. Me pongo las pilas, aparco mis prejuicios y me calzo el biquini. Después de un suculento desayuno estoy montada en el autobús camino a la piscina municipal.

Una piscina de barrio puede ser toda una experiencia para la que hay que ir mentalizada y preparada: gafas de sol, toalla, crema solar y por supuesto, las revistas.

Tras encontrar la parada adecuada y más cercana al polideportivo (después de interrogar acertadamente gracias a mi técnica detectivesca a una madre con tres niños a los que sólo les faltaba llevar puesto el gorro de nadar), recorro el camino bajo los sofocantes rayos ultravioletas y láser del sol del Lorenzo de agosto que parecen revotar en el asfalto y atravieso las nubes de aire caliente y humo de tubo de escape hasta subir una cuesta y llegar a la taquilla. Compro mi entrada y me adentro en una oscura recepción que da paso a la aturquesada piscina.

El oasis momentáneo dejo paso entre empujones y un gran globo de agua estampado en mi cabeza a la realidad: millares de personas se afincaban en los pocos pedazos de césped libre, unos huyendo del sol otros intentando acapararlo. Al final acabo tumbada en una ladera empinada intentando que mi botella de agua no rodase hasta la madre adolescente que, delante o debajo de mi, cuidaba de sus dos churumbeles haciéndoles comerse la pechuga de pollo empanada a voces.

Cuando el sofocante calor me hace perder el hilo de lo que mi revista Marie Claire me cuenta sobre New Style, bajo, intentando no perder la figura, hacia el agua. Sorteo buceadores, saltadores a bomba y niños que corretean y aletean bajo sus manguitos para encontrar un huequito en este caldo de garbanzos para poder hacer el muerto en paz. Pero no hay paz, es imposible y derrotada, vuelvo a mi montaña.

Giro a la derecha, a la izquierda, boca abajo, boca arriba y ¡ahí está! El cielo azul entre una ventana de ramas verdes. Qué bonita visión, me relajo y cierro los ojos, por un momento me olvido del calor, de la sobrepoblada piscina, de los gritos, del silbato del socorrista y de los piropos de aquellos que hablan y parece que rapean un verso de reggaetón.

Mucho más positiva levanto la vista, aparto la Cosmopolitan de UK y vuelvo a mirar en derredor. Esta vez observo algo diferente. Veo una sociedad que convive. Diferentes credos, razas, colores, formas corporales, edades y sexos están hoy aquí y se respetan, en armonía, más allá de la ropa no hay diferencias y hoy aquí formo parte de una sociedad multicultural que se respeta, que funciona y se desarrolla.

Los alemanes tras la IIGM fundaron el movimiento FKK, nudismo o naturismo, en el cuál la premisa principal es que la ropa es la que nos hace diferentes y nos aleja pues debajo de ella y de sus prejuicios, el cuerpo humano, natural y bello, nos hace a todos un mismo ser.

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