Las de Caín

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Las de Caín es una comedia musical, un sainete en tres actos ambientada en la ciudad de Madrid a comienzos del Siglo XX. Fue estrenada por primera vez en 1908 en el Teatro de La Comedia de Madrid y en 1958 en el Teatro de la Zarzuela de la misma ciudad.

La música que acompaña la escena es de Pablo Sorozábal padre e hijo. La historia, basada en la comedia de los hermanos Álvarez Quintero es dirigida por Ángel Fernández Montesinos en la dramaturgia y por Montserrat Font Marco en el terreno musical. Este espectacular despliegue cuenta con 26 profesores en la orquesta y 18 actores en la escena.

Al entrar en el Teatro, una gran pantalla de cine ilumina la sala con imágenes reales en blanco y negro de principios del Siglo XX acompañada con música en directo de los intérpretes que en el foso esperan el comienzo de la función.

Tanto por las imágenes que reproducidas marcan cada acto, como por el cuidado lenguaje en los discursos que no me queda más opción que reivindicar el empleo de un castellano cuidado, bello y culto con palabras como “deplorar”  que abran nuestra mente y amplíen nuestras posibilidades.

Gracias a todo ello se pueden apreciar las diferencias marcadas por el paso de los años en la forma de vida y en las costumbres sociales. El cortejo, los lentos pasos de la seducción, la espera, el rechazo, todo un juego urdido por la mujer y exigido por el hombre para conseguir el único propósito al que podría acceder una mujer, la boda. En una de las frases de la madre, que atareada intenta buscar un futuro para sus cinco hijas mediante el matrimonio, sin importarle en gran manera el sujeto con el que éstas acabasen casadas, esboza entre suspiros: “Ojalá llegue el día en que las mujeres además de casarse puedan trabajar”.

Lo cierto es que si la vida fuese como en un musical y alternásemos el diálogo con la canción, -y más si lo hiciesemos con las espectaculares voces de los intérpretes de Las de Caín– seríamos más felices, más desenfadados, más románticos y desde luego cada circunstancia sería mucho más entretenida de contar.

La mención especial en este caso debe ser múltiple: a los músicos, a cada uno de los personajes, a la escenografía (que cambia en cada acto),  y en especial a vestuario que ha sabido ambientar de forma muy cuidada cada detalle tanto de ellos como de ellas. Véase los sombreros de paja, el traje de chaqueta con chaleco, el bastón, el reloj de bolsillo y pajarita de ellos y para ellas, los vestidos en tonos pastel con las mangas jamón y la silueta sirena; el comienzo del estilo trotteur y el canotier, además de sus guantes, sombrillas y abanicos. El cambio de look en cada acto para cada personaje, los diferentes trajes empleados por las clases altas para cada momento del día: paseo, campo y hogar; denotan un estudio detallado de la época digno de alabanza.

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